Un municipio a caballo entre Zaragoza y Teruel ve la inmigración como su garantía de futuro y prosperidad
Redacción
A caballo entre Zaragoza y Teruel se perfila Burbáguena, una de tantas localidades de esa España que envejece y se vacía a marchas forzadas. El pueblo cuenta con una coqueta iglesia de piedra y un antiguo molino reconvertido en hotel rural a orillas del río Jiloca. Aunque menos vistoso, desde el 2021 también hay un centro para solicitantes de asilo por el que ya han pasado más de un millar de migrantes. De ellos, casi un centenar han echado raíces en la zona, savia nueva que funciona como antídoto contra el declive.
Asun, a la que los migrantes apodan mamá África , oficia mañana y tarde como voluntaria en el centro.Junto a ella se encuentra Seni Pacere, recién salido de conjugar verbos en clase de español. De 45 años, hace casi uno que escapó del terrorismo yihadista en Burkina Faso dejando atrás mujer y tres hijos. “Muchos, muchos problemas”, resume sobre el periplo que le trajo a España hace cinco meses.
El variopinto grupo lo completan Laura Andreina (40) y Néstor González (34), venezolanos que dejaron su país por problemas económicos y políticos respectivamente, y un joven colombiano que prefiere no
identificarse. Cada uno con sus traumas a cuestas, pero con el objetivo común de forjarse un mejor futuro, sin descartar que sea en estas tierras. “Me gusta su tranquilidad. Si encuentro una oportunidad,
me encantaría quedarme para criar aquí a mi hija”, cuenta la venezolana.
Antiguo colegio mayor reconvertido en residencia de mayores, este centro de primera acogida y valoración es gestionado por la entidad Accem, especializada en la atención a refugiados. Todos sus
usuarios –africanos, asiáticos, latinoamericanos o europeos del Este– están en situación regular tras haber solicitado protección internacional al escapar de la guerra o de la persecución por razones
políticas, religiosas o de orientación sexual, entre otras. Aquí les ofrecen apoyo psicológico y jurídico.
Durante los primeros seis meses no pueden trabajar, por lo que también aprovechan para enseñarles la lengua y prepararlos de cara a su inserción laboral.
El pueblo se estaba muriendo, solo estábamos los mayores. Ahora se ve a gente por la calle, niños en el
Asun Navarro, profesora jubilada
parque, movimiento en las tiendas…. Nos ha tocado la lotería
El centro abrió sus puertas hace tres años con 50 plazas financiadas por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Ahora cuenta con 117, de las que 94 están ocupadas y el resto en obras.
Entre ellos hay varias familias que suman una veintena de menores: unos pocos van a la guardería del pueblo, que pudo reabrir gracias a la llegada de los migrantes, y el resto a los centros de escolares de las
vecinas Báguena y Calamocha.
Del millar de personas que ya han pasado por las instalaciones, cifra en más de 70 los que se han afincado ya en la zona, incluidas varias familias con hijos. “El entorno rural ofrece muchas
oportunidades”, asegura. Aquí hay trabajo (agricultores, camareros, cuidadores, fontaneros, electricistas, peones) y el Ayuntamiento ha apostado por rehabilitar viviendas para ofrecerlas
con alquileres asequibles de unos 250 euros, aunque reconoce que hacen falta más.
La familia de Tea Kaidarashvili, georgiana de 29 años casada con Davit y con tres hijos (4, 7 y 8 años), es una de las que se ha instalado en el pueblo. Vivían en Gori, a escasos kilómetros de la zona ocupada por Rusia tras la guerra del 2008, de donde vinieron hace dos años en busca de seguridad. Tras pasar por Barcelona y Córdoba, el programa de protección internacional les condujo directos a Burbáguena.
Cada uno llega con sus propios traumas y con el objetivo de forjarse un futuro mejor
Al revulsivo demográfico o económico se suma el social. Los refugiados participan activamente en los actos de fiestas patronales, Navidad o Semana Santa. “De los cinco pasos que hay, ahora
tres los llevan ellos”, apunta Asun. También organizan los suyos propios, como muestras de su cultura en el día del Refugiado, competiciones deportivas o chocolatadas a las que invitan a todos los vecinos.
Fuente: lavangaurdia