Su creador afirma que podría funcionar en cualquier otro lugar del mundo
Redacción
Uruguay logró lo que todavía muchos países consideran imposible: un sistema eléctrico que funciona prácticamente en su totalidad con energías renovables, y lo hace a un coste muy inferior al de los combustibles fósiles. El físico que lideró este giro sostiene que la misma receta podría funcionar en cualquier lugar… si existe la valentía política para cambiar las reglas del juego.
Para Ramon Méndez Galain, la transición energética nunca fue solo un asunto climático. Fue, ante todo, una cuestión económica. Uruguay demostró que la energía limpia puede resultar más barata, estable y generadora de empleo que el petróleo o el gas. Una vez que el país ajustó un marco normativo que durante décadas favoreció a los combustibles fósiles, las renovables empezaron a ganar en todos los frentes: menor precio, más puestos de trabajo, menos vulnerabilidad.
Cuando Méndez Galain comenzó a analizar el sistema energético, Uruguay se encontraba ante un dilema clásico de país pequeño: demanda eléctrica creciente, casi nula disponibilidad de combustibles fósiles propios y una dependencia creciente de las importaciones. La hidroelectricidad ya estaba explotada al límite y los primeros cortes se hacían visibles tanto en hogares como en industrias.

Hidroeléctrica Salto Grande 
Ramon Méndez Galain, ex ministro de Energía
A principios de la década de 2010, el Gobierno asumió que seguir dependiendo del petróleo importado era insostenible. Méndez Galain, que venía del campo de la física de partículas, propuso una idea tan simple como disruptiva: construir un sistema basado casi por completo en recursos renovables domésticos, con reglas diseñadas para que estos compitiesen sin desventajas frente a los fósiles.
Los resultados son difíciles de ignorar. Hoy, Uruguay genera cerca del 99% de su electricidad con fuentes renovables. Las plantas térmicas —entre un 1% y un 3%— solo entran en funcionamiento cuando la hidroelectricidad, el viento y el sol no pueden cubrir toda la demanda. La combinación es notable: alrededor del 45% proviene de la hidroelectricidad, el viento puede alcanzar el 35%, la biomasa aporta el 15%, y la solar se activa para completar huecos.
El impacto económico también ha sido profundo. El coste total de la electricidad cayó aproximadamente a la mitad respecto a un sistema fósil. Honduras, República Dominicana o Chile han analizado públicamente este dato en los últimos años, buscando cómo aplicar modelos similares. Uruguay también atrajo cerca de 6.000 millones de dólares en inversiones renovables en un período de cinco años, y generó 50.000 empleos, una cifra especialmente relevante para un país de su tamaño.
ESTABILIDAD
Pero el cambio más significativo quizá no esté en los megavatios, sino en la estabilidad: Uruguay dejó de sufrir las sacudidas del mercado internacional de combustibles. Esta transformación no fue solo tecnológica; también fue institucional. El país impulsó mercados de capacidad a largo plazo, eliminó subsidios a los fósiles y creó subastas competitivas para eólica y solar que redujeron los precios drásticamente. La continuidad de estas políticas a lo largo de cinco gobiernos fue fundamental—aunque con matices y ajustes—para mantener la certidumbre regulatoria. Méndez Galain insiste: la clave no está en la tecnología, sino en las instituciones. Si las reglas favorecen la competencia real, las renovables se imponen por mérito propio.
No faltan voces que advierten de que Uruguay es un caso único. Su tamaño, la estabilidad institucional o la proporción entre demanda y potencia instalada son factores difíciles de replicar en países más grandes o complejos. La transición en Europa o en Asia, con redes envejecidas o demandas industriales intensivas, requiere refuerzos de infraestructura y más almacenamiento.
La clave no está en la tecnología, sino en las instituciones
MENDEZ GALAIN
El mensaje de Uruguay resulta incómodo para muchos gobiernos, pero tremendamente revelador: la transición energética funciona cuando ahorra dinero y crea empleo, no cuando se presenta únicamente como una obligación climática.
Hoy, delegaciones de México, Chile, Colombia, Países Bajos o Sudáfrica han estudiado el modelo uruguayo, cada uno con sus prioridades y limitaciones. Las instituciones financieras internacionales también lo ven como una prueba fiable de que las renovables son una opción económica, no solo ambiental.
Para Méndez Galain, la pregunta nunca fue si las renovables podían funcionar. La pregunta era si los gobiernos serían capaces de cambiar las reglas que las mantenían en desventaja. Y esa pregunta sigue en el aire.
Fuente: ecoinventos.com y forbes.com