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    Un tronco de hace 3.775 años, la llave para salvar el planeta

    Los científicos creen que enterrar madera en las condiciones ambientales adecuadas puede ayudar a frenar las emisiones de dióxido de carbono

    Redacción

    La naturaleza cuenta con enormes peculiaridades, enigmas inexplicables y si se puede utilizar la expresión, ‘contradicciones’ de lo más llamativas. Desde el surgimiento de la vida de cualquier ser vivo hasta su muerte, e incluso después de ella, se producen infinidad de procesos biológicos, químicos y físicos que, en muchos casos han costado siglos o milenios en descifrar, mientras que en otra infinidad de casos, todavía faltan siglos o milenios para que se averigüen.

    Sin duda, y aunque estas particularidades se extienden a todo tipo de seres (animales, plantas…), hay ciertos aspectos de algunos árboles que son especialmente llamativos. Como a todos nos enseñan desde que somos pequeños, la labor de las plantas -y en este caso, de los árboles-, es fundamental para que el planeta pueda sobrevivir y la humanidad y el resto de animales podamos desarrollar nuestra actividad vital de manera adecuada.

    Y es que, por algo se les conocen como los pulmones del mundo, ya que de media, cada árbol (de un tamaño estándar) puede absorber hasta 6 kg de dióxido de carbono, que posteriormente convierten en oxígeno. Hasta aquí nada que no se supiera.

    Pero el problema se encuentra en el momento en el que los árboles mueren, ya que en el proceso de descomposición, los árboles pueden llegar a liberar ingentes cantidades de carbono al medio, lo que supone una preocupación para los científicos desde hace décadas, y para la cual no se sabe a ciencia cierta cuál puede ser su solución… hasta ahora.

    El hallazgo de un tronco de cedro rojo oriental en Quebec, con una antigüedad de casi 4.000 años y que se encontraba enterrado bajo un suelo rico en arcilla, ha sorprendido a los científicos, ya que han comprobado que, pese al paso de los años, el tronco no se ha descompuesto como ocurre normalmente, siendo este proceso el principal motivo de liberación de gases de efecto invernadero.

    De acuerdo con las investigaciones realizadas, creen que esto se debe a que las características de un sueño arcilloso impediría que gusanos, microorganismos y hongos que aceleran el proceso de descomposición e incrementan el ritmo y la cantidad de los gases de efecto invernadero que los troncos liberan a la atmósfera.

    Y es que no hablamos de un problema menor, ya que según las estimaciones actuales, los troncos de los árboles en descomposición pueden llegar a emitir hasta un 115% más de dióxido de carbono al año que el ser humano, ya que los árboles muertos almacenan en torno a un 8% del carbono de los bosques.

    Sabiendo todo esto, ¿cómo se puede evitar la liberación de estos gases por parte de los troncos de los árboles sin vida? Pues bien, según los expertos, se podría utilizar la técnica de “bóveda de madera”, que significaría una nueva forma de gestionar la captura de carbono emitida.

    Esta consistiría en enterrar los troncos bajo tierra en un baúl o caja, como el tronco del árbol descubierto, que de acuerdo con los estudios, habría retenido más del 95% del carbono almacenado pese a sus 4.000 años de vida. Esto se debe a la gran impermeabilidad del lugar, que impide el paso de todos los hongos e insectos que favorecen a su descomposición.

    Así, la conclusión a la que han llegado los investigadores es sencilla: cuando un árbol muera, lo más adecuado es que se le entierre en un suelo rico en arcilla, con vistas a un eficaz almacenamiento a largo plazo, ya que pueden almacenar hasta 10 gigatoneladas de CO2 anualmente.

    Fuente: El HuffPost