El movimiento Free Conversation nació en 2017 para que personas anónimas encuentren en las calles del mundo un lugar dónde expresarse libremente sin miedo a ser juzgados
Mónica Ledesma / NoticiasPositivas.press
Quedarse callado, ya no es una opción. No tomar partido, ya no es una opción. Así podría resumirse el lema del movimiento Free Conversation, una iniciativa solidaria con la que voluntarios y activistas ceden gratuitamente su tiempo para dedicarlo a escuchar a personas anónimas que deambulan por las calles. Gente con necesidad de hablar, a las que ni conocen ni juzgan, en una sociedad donde las prisas, el estrés y, en especial, la influencia de las redes sociales nos ha vuelto silenciosos.
Solo se necesitan dos sillas y un cartel para ofrecer conversaciones a cualquier persona que desee un rato de charla en el que contar sus preocupaciones, experiencias o problemas. Y Free Conversation brinda esta opción sin pedir nada a cambio. Psicólogos urbanos que ofrecen sus oidos con la voluntad y el deseo de enfrentar ese proceso de deshumanización y aislamiento que estamos sufriendo hoy en día, tanto más irónico, cuanto más grande es la interrelación e interdependencia que experimentamos.
Adrià Ballester es el fundador de esta iniciativa que nació en 2017 en Barcelona con el objetivo de ayudar, conectar personas y promover la libre circulación de ideas. Una acción que cada vez cuenta con más adeptos repartidos por todo el planeta y que entiende que la progresión de los avances tecnológicos y científicos desde el siglo XX, particularmente en la comunicación e información, han aportado al mundo herramientas valiosísimas para impulsar grandes objetivos.
Tal y como explica el promotor del movimiento Free Conversations en su web, esta curiosa iniciativa solidaria tuvo su origen en una experiencia personal vivida por Ballester. “Era principios de verano cuando después de un mal día de trabajo decidí salir a caminar por la ciudad. Después de andar y andar llegué a la cima de la montaña de la ciudad desde donde se veía todos barrios desde lo más alto. Fue en ese momento cuando apareció Ramón, un señor de unos 80 años que también quería disfrutar de las vistas”, indica. Pasados unos minutos Adrià y Ramón empezaron a hablar y hablar hasta que Ramón dijo “Cuando tengas 80 años todos estos problemas que te parecen tan grandes te parecerán diminutos”.
Conversar
En aquel instante Adrià se dio cuenta de la razón que llevaba Ramón y empezó a sentirse mejor y decidió dedicar un rato cada semana a ofrecer conversaciones en el centro de Barcelona. El objetivo era habilitar un sitio en la ciudad donde la gente pueda venir a hablar siempre que lo necesite o quiera, además, también quería poner a disposición del público un lugar dónde expresarse libremente sin miedo a ser juzgados.
Después de todos estos años, Adrià ha atendido a más de 1.400 personas con puntos de vista muy diferentes y de las que ha podido aprender mucho. Afirma que ha vivido momentos de tristeza, alegría y de muchas emociones. “Lo más bonito ha sido las muestras de cariño del público, desde que empezó no he dejado de recibir mensajes de apoyo”, subraya.
Un apoyo por el que el impulsor del movimiento Free Conversation decició buscar apoyo internacional con la misión de que en todas las ciudades haya espacios donde la gente pueda expresarse con tranquilidad y libertad. Voluntarios que han logrado que cada día haya más sillas en las calles de todo el mundo que permitan algo tan sencillo como hablar.
Casi cinco años desde que la ONG Free Conversation saliera a escuchar a las personas, hoy cuenta ya con cinco personas que ofrecen conversaciones en la calle en México, una en Taiwán, otras dos en Barcelona y otra en Galicia. Además, hay una persona en Toronto, que coordinará a los voluntarios que puedan surgir en Norteamérica, otra en Ecuador, que ya coordina a los colaboradores de Latinoamérica, una voluntaria en París (que lleva la parte de marketing del proyecto) y una diseñadora gráfica, que trabaja desde Barcelona. Contaban también con otra voluntaria en Hong Kong, pero tuvo que desistir: cada vez que se instalaba en la calle venía la policía y la echaba, según explica Adriá en una entrevista a La Vanguardia.
Adrià es quien forma a los voluntarios, que pasan por varias fases antes de ser aptos para salir a la calle con sus sillas. Tras una entrevista personal, los seleccionados tienen una videoconferencia para la formación. “La tercera semana hablamos sobre qué se pueden encontrar al salir a la calle, por ejemplo cómo actuar si se les acerca alguien que esté borracho, y la última semana, ya salen”, cuenta el creador del proyecto al diario.
Un fundador que, además de conversar y formar, trabaja el resto de su tiempo como comercial. “Si consiguiéramos una cantidad mensual que me permitiera poder tener un sueldo a sus colaboradores, sería maravilloso. Para alcanzar el objetivo de que el proyecto llegue a muchos países y muchas ciudades, hay que dedicarle una cantidad de tiempo que es incompatible con realizar otra tarea”, añade.
Cambiar el mundo
El presidente de Free Conversations Movement recuerda que “cuando somos niños, todos queremos hacer grandes cosas, como cambiar el mundo y explorar territorios desconocidos; soñamos con objetivos tan grandes como la paz mundial y valoramos a nuestros compañeros, amigos y familia por encima de cualquier otra cosa. Al crecer, la mayoría vivimos, a veces tempranamente, lo que suelen llamar golpe de realidad, ese momento en el que se nos cierran muchas puertas, experimentamos el rechazo, la obligación de cumplir ciertos estándares que se esperan de nosotros y que nosotros no decidimos. En ese momento ‘entendemos’ que soñar con algo superior es inútil. Como humanos y activistas por un mundo mejor, consideramos que tenemos todo el derecho a soñar y experimentar una genuina conexión humana con los demás, más allá de nuestros intereses y modos de vida particulares. Todos los seres tenemos el derecho a expresarnos y a ser escuchados”.
“Si revisamos la historia del hombre sobre la tierra, los grupos humanos y las sociedades primitivas nacieron con el objetivo de la ayuda y colaboración mutua. Cada individuo contaba. Con el crecimiento de la sociedad y su complejidad, el objetivo original se fue perdiendo y, actualmente, ha sido sustituido por un sistema social que rompe la conexión humana personal básica y la sustituye por una ilusión de hiperconectividad global, a menudo engañosa. Pero, como contraparte, también han dado origen a fenómenos cada vez más frecuentes y masivos de personas que se sienten solas e insignificantes, aún estando hiperconectadas”, continúa.
Cada vez es más frecuente y masivo personas que se sienten solas e insignificantes, aún estando hiperconectadas
Por ello, la filosofía del movimiento es “compartamos historias; expongamos nuestras vivencias, para crecer en humanidad. En este sencillo hablar y comunicarnos cabemos todos. Salgamos a la calle, inundemos las ciudades de sitios donde poder sentarnos a hablar. Recuperemos el noble arte de la conversación, pero sincera, desinteresada y sin juzgarnos los unos a los otros”, subraya.
Hablar con alguien nuevo, un libro sin abrir, una historia sin contar. Nos estamos perdiendo todo esto ¿Y a cambio de qué? A cambio de vender nuestras vidas al desarrollo tecnológico, intercambiando las conversaciones reales por la falsa creencia de estar más conectados que nunca antes.
Su consejo. “Sal a la calle, queda con un amigo al que hace tiempo que no ves. Habla con el jefe con el que discutiste, con tu vecino al que no conoces. Llama a tu madre, a tu padre, a tus hijos y diles lo mucho que los quieres”, concluye.