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    Proyecto Mandarache: 20 años de educación lectora en Cartagena (España)

    Unos 8.000 jóvenes y adolescentes se erigen en jurado de estos premios en los que la diversidad y la participación son la clave

    Redacción

    En 2005, el Ayuntamiento de Cartagena (Región de Murcia, 220.000 habitantes) puso en marcha Mandarache, un proyecto para fomentar la lectura entre los jóvenes con formato de premio literario. Veinte años después, la iniciativa ha evolucionado hasta convertirse en un referente en la región, que atrae a unos 8.000 adolescentes y jóvenes que, cada año, se convierten en juez y parte de un evento que va más allá de lo educativo y que ha logrado aunar cultura, creatividad, diversidad, ocio y participación como claves de su éxito.

    El proyecto, explica su coordinador, Alberto Soler, nace de una necesidad muy concreta marcada por los malos datos de las encuestas sobre hábitos lectores a finales de los años noventa en la ciudad. Además, no había tampoco en ese momento proyectos de participación en los que los jóvenes fueran agentes que tomaban decisiones. “Mandarache aunaba lo cultural, la educación no formal y la participación”, señala.

    Esta última fue, de hecho, un objetivo prioritario desde el inicio del proyecto, tal y como apunta Patricio Hernández, que en esos años era el coordinador del servicio municipal de Juventud e ideó el formato tomando como referencia dos premios literarios europeos: el Premio Napoli de Novela, que contaba con un jurado popular, y el Premio Goncourt, en Francia, que tenía una edición para estudiantes de instituto.

    Hernández apostó por crear un premio literario en el que el jurado estuviera compuesto exclusivamente por jóvenes, de entre 15 y 30 años, y que fueran ellos los que tomaran todas las decisiones. Así, su participación es completamente voluntaria y, aunque el proyecto lo proponen y presentan sus profesores del instituto, sumarse o no a Mandarache no supone ningún premio ni ningún castigo. Los lectores se organizan en grupos de seis personas y van rotándose entre ellos los tres libros finalistas de cada edición. Los leen, los comentan, participan en actividades y talleres. La lectura se convierte, explica Soler, en un “acto social”.

    Además, los lectores tienen la oportunidad de hablar con los escritores finalistas a través de encuentros virtuales y presenciales. Los encuentros presenciales son, literalmente, una fiesta. Se celebran en el auditorio El Batel de Cartagena, con un aforo para 1.400 personas. El último de ellos tuvo lugar el 27 de marzo: durante una hora y media, en el escenario, los finalistas de este año, la dramaturga Lucía Carballal, con su obra de teatro Los Pálidos; el historietista Isaac Sánchez, con la novela gráfica Baños Pleamar, y la poeta Paloma Chen con el poemario Invocación a las mayorías silenciosas; se sometieron al escrutinio de los que serán sus jueces.

    Hernández recuerda que, en los inicios del proyecto, allá por el curso 2004-2005, cuando lo presentaron a las bibliotecarias de la ciudad, el comentario generalizado fue que “no funcionaría, que solo se apuntarían los chavales que ya leían”. Él confiaba en que “los que ya leían acabarían contagiando al resto, porque sería atractivo pertenecer a Mandarache”. Su intuición funcionó bien: en aquella primera edición piloto participaron 700 lectores. En la de este año, la cifra ha superado los 8.000.

    EFECTO CONTAGIO

    Gospel Okolie, uno de esos jóvenes, explica ese efecto “contagio”, del que él mismo se benefició. Oyó hablar por primera vez del proyecto cuando llegó al instituto, en el curso 2012-2013. “No me interesaba mucho la lectura, así que pasé. Al siguiente curso, decidí apuntarme porque a los que ya habían ido les había gustado mucho la experiencia y, además, se perdían algunas horas de clase. Y me enganchó, ya no he dejado de leer”, señala. ¿Qué fue eso que le enganchó? “Principalmente, que eres protagonista, puedes participar, puedes preguntar al autor. Aunque parezca una tontería, es de las pocas veces que puedes votar en una elección, eres tú el que puede elegir al ganador del premio”, subraya.

    Otro factor de peso es la calidad de los libros seleccionados como finalistas, como explica Esther Sixto, que participó en las 10 primeras ediciones de este proyecto. “Creo que lo que ha hecho cada vez más grande Mandarache es que los libros finalistas cuentan historias con las que nos podíamos sentir identificados. A mí siempre me ha gustado leer, me gustaban los libros que mandaban obligatorios en el instituto, pero la literatura de Mandarache era más cercana a nuestros intereses y preocupaciones”, subraya.

    Podemos hablar de un proyecto global de transmisión de la cultura del libro

    ALBER SOLER SOTO

    Porque, explica Soler, aunque Mandarache nació como un plan de “fomento de la lectura”, este concepto se queda muy corto en la actualidad y prefiere hablar de “formación de lectores” o “educación lectora”. “Formar lectores puede ser crear nuevos lectores, pero también educar a los que ya leen. Y eso es lo que hacemos: avanzar en otras formas de acercarse al libro, de acercarse a otros géneros, a otros autores. Podemos hablar de un proyecto global de transmisión de la cultura del libro”, apunta Alberto Solor.

    De hecho, Mandarache ha generado toda una cultura a su alrededor, con decenas de actividades paralelas, como el citado taller de escritura creativa Libreta Mandarache, los podcast y media docena de concursos de fomento de la creatividad, desde microrrelatos hasta diseño gráfico, pasando por videoarte o comunicación.

    Fuente: elpais.com