Un barrio que nació como un asentamiento precario, hoy vive en respeto con el medioambiente
Redacción
El espacio consiste en apenas 300 metros cuadrados llenos de verde donde hay una huerta y un vivero agroecológicos, que son la obra y el sueño de 14 mujeres. Como fondo se recorta la silueta imponente de las torres que son símbolo de la zona más moderna y cotizada de la capital de Argentina.
Pero el Vivero Orgánico es parte de otra realidad: está en un barrio vulnerable, que ha ido transformándose en los últimos años gracias al trabajo de los vecinos y el apoyo del Estado. “Empezamos con la idea de producir algunas hortalizas para nuestras familias. Y hoy somos una cooperativa que le abre las puertas al barrio y también le vende a gente que viene de toda la ciudad y a empresas”, cuenta la migrante peruana Elizabeth Cuenca, quien llegó de su país a Buenos Aires en 2010 y se instaló en este lugar a orillas del río de la Plata.
Está a pocas cuadras de Puerto Madero, una zona ocupada durante décadas por viejos depósitos portuarios abandonados, que a partir de los años 90 fue reciclada y vivió una explosión inmobiliaria que la convirtió en la más buscada por los ricos en la capital porteña.
El contraste entre las frágiles casas de ladrillos sin terminación de Rodrigo Bueno, separadas por pasillos angostos generalmente embarrados, y las modernas moles vidriadas de 40 o 50 pisos levantadas entre las anchas calles de Puerto Madero, se convirtió así en una potente imagen de la desigualdad en esta megaciudad que tiene casi 15 millones de habitantes, si se cuentan los suburbios de su zona metropolitana.
Sin embargo, hoy el escenario es completamente distinto en Rodrigo Bueno, que lleva ese nombre en homenaje a un cantante popular muerto trágicamente en 2000. Se trata de que es uno de los cuatro asentamientos informales de la ciudad (sobre un total de cerca de 40, según datos oficiales) que están en proceso de urbanización. O “integración socio-urbana”, como lo llama el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Así, desde 2017 se abrieron calles asfaltadas, se llevó infraestructura formal de servicios públicos y se construyeron 46 edificios con 612 viviendas nuevas, a las que se mudaron cerca de la mitad de las familias del barrio, que son unas 1500, según se estima.
DANDO VIDA A HUERTOS CASEROS Y MÁS
Muchas de las antiguas casas precarias fueron demolidas y otras conviven, calle de por medio, con las flamantes construcciones formales, adjudicadas a sus nuevos dueños con créditos a 30 años. “A partir de que se empezó a discutir la urbanización, tuvimos talleres de oficios y había uno de jardinería, al que asistimos muchas mujeres, que aunque vivíamos en el mismo barrio no nos conocíamos”, recuerda Cuenca.
“Así fue que aprendimos, nos organizamos y pudimos conseguir un espacio para la Vivera, que inauguramos en diciembre de 2019. Hoy vendemos hortalizas y especialmente plantines para quienes quieren colocar su propia huerta en su casa. No llegamos a recibir un sueldo, pero generamos un ingreso”, agrega.
En poco más de dos años, las mujeres del Vivero Orgánico ya han conseguido algunos hitos, como la venta de 7000 plantines de distintas verduras y hortalizas a la empresa automotriz Toyota, que los destinó como regalo a sus empleados. También le han vendido vegetales agroecológicos al lujoso Hotel Hilton de Buenos Aires, que está en Puerto Madero, y armaron huertas en un terreno de Enel, una de las mayores distribuidoras de electricidad.
Pero también se han ganado un lugar entre el público común. “Lo increíble es que la pandemia fue una gran ayuda para nosotras, porque mucha gente que no podía salir de su casa empezó a interesarse en comer más sano o en cultivar sus propios alimento. Recibimos muchísimos pedidos”, cuenta Jesusa Flores, una migrante boliviana y una de las fundadoras del Vivero.
Fuente: ipsnoticias.net