Redacción
Subir hasta la cima de su colorida colina y dejarse abrazar por la brisa es uno de los tantos regalos que guarda Moravia, un barrio vibrante de Medellín que convirtió un basurero en uno de los jardines más grandes de Colombia y en un rincón turístico inesperado con un potente relato de transformación.
Cuesta creer que este lugar, tapizado con más de 70 especies de plantas y donde danzan las abejas sobre las flores, haya sido una montaña de basura que superó los 30 metros de altura y tuvo una extensión de siete hectáreas.
“Es el ícono de la transformación de Moravia porque cuenta la historia de resiliencia, nuestros procesos y luchas en nuestro territorio”, expresó la líder comunitaria Cielo Holguín sobre el denominado Morro de Moravia.
Para dar un vistazo al pasado y disfrutar del presente, entre fotografías y carteles que acompañan el recorrido por empinados senderos, comienza un viaje por la entrañas de una barriada construida por desplazados que se asentaron en lo que fue el basurero municipal.
El proceso
La directora ejecutiva del Bureau de Medellín, Sandra Howard, señaló que este lugar ha atravesado un proceso “auténtico” que nace de la base de sus habitantes.
“Moravia es la historia de cómo un basurero, el sitio más despreciable de una ciudad, se convierte en un eje de desarrollo de toda una comunidad”, afirmó.
Aún sigue siendo un lugar de acogida. Allí los viajeros son guiados por líderes locales con propuestas de turismo ambiental y de naturaleza; sociales y de transformación y culturales, gastronómicas y de artesanías.
Desde pequeñas casas de madera, plástico y lona, porque este barrio tiene “un historia anclada al reciclaje”, salen los lugareños a interactuar con los turistas, en una experiencia de inmersión tan marcada que, según su relato, una holandesa se “enamoravió” y se quedó tres meses para dictarles un taller de fotografía a los niños del barrio.
“Muchas personas vienen acá y quieren conocer cómo es posible que la gente haya vivido en medio de la basura”, contó Cielo, también cofundadora de Moravia Tours, que promueve un turismo sostenible, responsable y regenerativo.
El recorrido lo alimentan los relatos de la comunidad, que van desde los tesoros que encontraban en el vertedero -como un cáliz de oro o colchones con fajos de billetes- hasta la historia del joven que se volvió experto en reparar cientos de relojes que aparecían en los escombros.
Otro de los sitios mágicos del barrio, lleno de obras de urbanismo social, es un vivero con más de 15.000 plantas.
Suculentas, orquídeas y bromelias son cuidadas con esmero por Elsy Torreglosa, miembro de Cojardicom, una cooperativa de mujeres del barrio Moravia en Medellín.
“Siempre fue mi sueño tener este lugar maravilloso”, comentó la lideresa y agregó: “(Allí) podemos hacer un disfrute, un picnic, quedarnos una tarde, colgar una hamaca, tomar aire puro y jugar con los niños”.
Cultura
Al bajar de esa montaña artificial, hecha por capas de basura, la experiencia con la naturaleza contrasta con las calles más convulsionadas del barrio, donde los vecinos comparten hasta las ollas y el olor a almojábana y a comida del Pacífico.
La música y el arte tienen su lugar: las escaleras Oasis Tropical, un espacio embellecido con pintura, una galería al aire libre gracias a un proceso de coproducción internacional.
Ahí, entre casas de ladrillos y con la calle como pista, bailarines del colectivo Afro Power Urbano adentran al turista en ritmos propios de la diversidad cultural que habita en Moravia, según contó el artista Deivy Moreno, quien impacta con danza y aspecto similar al futbolista Djibril Cissé.
“Acá hay mucho arte. A pesar de que Moravia salió fue del basurero, acá hay mucho talento”, comentó el bailarín, quien lidera un semillero con niños y jóvenes.
Junto a la cancha de fútbol, está la ‘Vía de la Transformación’, un lugar inspirador que exhibe creación con material reciclable y que más adelante conecta con el ‘Mapa de Moravia’, un mosaico que inmortaliza el sentir del vecindario.
Otro de los símbolos del barrio es el Centro Cultural Moravia y su arquitectura que refuerza el sentido comunitario.
Los moravitas lo ponen el mismo escalón de importancia que el jardín, al sentir que este espacio también les ha permitido florecer, al ser considerado “la casa de todos”, donde la educación, el arte y la cultura son el motor.
La subsecretaria de Turismo, Ledys López, resaltó la propuesta de turismo comunitario y creativo de esta barriada porque permite que el visitante interactúe con la comunidad y su propuesta de sostenibilidad.
“Hay experiencias desde alimentación saludable, con huerteras que les enseñan a los visitantes a cocinar y a alimentarse sanamente”, detalló.
Fuente: EFE