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    María Ke Fisherman, diseños que salen de un convento de clausura

    María Lemus y Víctor Alonso convierten el punto en el tejido fetiche de prendas que dan identidad a una marca cuya producción la realizan monjas

    Redacción

    María Lemus y Víctor Alonso forman una de las duplas más transgresoras de la moda. Convertir el punto en el tejido fetiche de traperos y modernos es uno de sus hallazgos. Que su producción salga de un convento de clausura, otro.

    Vestir a Katy Perry, Lady Gaga, Rosalía o Miley Cirus no es lo que más enorgullece a María Lemús (Villafranca de los Barros, 1982), una de las mitades de Maria Ke Fisherman. Tampoco haber recibido de manos de la Reina el Premio Nacional de Moda. Lo que “la pone contenta” es hacer moda de verdad. Y eso se traduce, entre otras cosas, en convertir el croché en un tejido de vanguardia. 

    Sus últimas colecciones recurren al punto como fetiche para vestir diversos estereotipos urbanos a través de tops, monos y vestidos que, también, empoderan a quien los lleva. Todos ellos pensados desde la escena de la música electrónica, el universo bakala o el kawaii. Pero sus ideas se han topado con un enemigo a la creatividad: estar sujetos a un calendario que impone una creación constante. “Estábamos agobiados y hasta tristes. Lo único que consigues  así es bloquearte”. ¿Su solución? Ir por libre, siempre que les apetezca.  

    María Lemus y Víctor Alonso son Maria Ke Fisherman, / FOTO: Cortesía de la firma.
    Habéis confesado estar aburridos de la moda, ¿qué os ha ocurrido?

    Según en qué momentos hemos sentido estar obligados a crear o a diseñar. Al tratarse de algo muy creativo, no siempre puedes hacer lo que se espera de ti dentro de unas fechas pactadas. A esto nos referíamos cuando decimos que nos aburre la moda. Creemos que hay momentos fuera de calendario que, por las circunstancias personales de la marca o por otras mil razones, es el más adecuado para sacar algo nuevo. Esta libertad te la da la experiencia, puedes permitirte salir del circuito. Es en ese punto en el que estamos ahora. 

    ¿Habéis dado con la fórmula para romper con el vertiginoso ritmo de la moda y salir adelante?

    En cierta forma, y es lo que andamos haciendo desde hace algún tiempo. Por ejemplo, en diez o quince días vamos a sacar una colección nueva y no hicimos desfile en enero. Queremos que nuestra creación tenga que ver con la realidad que estamos viviendo. No nos apetece estar dentro de un circuito que para nosotros no se mueve. No obstante, en septiembre sí tenemos ganas de sacar una colección grande —siempre que podamos mostrarla como nos apetezca y encontremos un sitio adecuado que acompañe a la historia de la colección—. Pero queremos evitar hacerlo por inercia, porque acabamos con la sensación de que no ha merecido la pena el esfuerzo. 

    Hablabas de que queréis que vuestras colecciones se ajusten a la realidad que estáis viviendo. ¿Cuál es?

    Ahora nos sentimos más contentos y seguros, ya que llevamos más de diez años con la marca. Cuando comenzamos y presentamos nuestra primera colección en Ego no teníamos ni idea, ¡el primer desfile al que habíamos ido era el nuestro! Ahora estamos en un momento muy bueno porque hemos madurado como marca y tenemos muy claros nuestros valores, creo que esto es lo más importante para trabajar en la dirección correcta. 

    Trabajamos con monjas de clausura porque son con quienes mejor nos entendemos y las únicas personas que no juzgan nuestras creaciones

    ¿Habéis errado mucho antes de encontrar esa dirección?

    No es que nos hayamos equivocado, pero sí hay algunas cosas de las que ahora prescindimos. Por ejemplo, tenemos muy claro que lo que más nos gusta es el punto y queremos que todo el proceso sea cada vez más artesanal. Pequeñas producciones de piezas muy especiales que van variando en color, textura y materiales. Hemos conseguido darle una vuelta a esta técnica y hacerla vanguardista y transgresora. 

    Ese punto vanguardista, paradójicamente, lo tejen monjas de clausura.

    Son con quienes mejor nos entendemos. Comenzamos con ellas porque tuvimos un pedido muy grande, para Opening Ceremony, y necesitaban que lo tuviéramos listo en un mes y medio. Todas eran prendas de ganchillo que necesitaban muchas horas de producción. De repente, un familiar me comentó que en una aldea de Huelva acababan de instalarse unas monjas de clausura. Algunas sabían hacer ganchillo, otras no, pero aprendieron para trabajar con nosotros. Es una relación preciosa porque sorprende ver cómo sale una producción tan avanzada de un sitio tan cerrado al exterior. Pero me he dado cuenta de que son las únicas personas que no juzgan nuestro trabajo. 

    ¿Cómo se consigue instalar esa técnica tan artesanal dentro de la cultura urbana? 

    Creo que es lo más bonito que hemos conseguido. Hemos rescatado una técnica antigua y, a la vez, perdida. Es incluso difícil encontrar materiales, ya que las hilaturas nuevas están más destinadas a máquina. Siempre pensé que me cansaría de diseñar ganchillo, porque tiene muchas limitaciones, pero te das cuenta de que la técnica está por desarrollar porque durante muchos años se ha hecho de la misma manera. 

    Es un trabajo muy vinculado a la mujer, las que siempre empoderáis a través de vuestras colecciones. ¿Sentís que es un círculo que se cierra? 

    Por eso a mí me encanta. Además de con las monjas, trabajamos con muchas señoras de Extremadura. Han conseguido disfrutar de una tarea que no ponían en práctica o que les aburría, porque no dejaba de ser una obligación, como una labor más de la casa. De repente, están haciendo prendas que les sorprenden. Algunas incluso me dicen que cuando eran jóvenes no conocían su cuerpo y ahora tejen tops y prendas que empoderan a la mujer. Las ves felices de ser parte de ese cambio. 

    Habéis recibido el Premio Nacional de Moda, así como el premio Who’s On The Next que otorga Vogue. ¿Qué os queda por conquistar? 

    Siempre nos alegramos, pero lo que más me importa es estar satisfecha pensando que hago moda de verdad, eso es lo que a mí me pone contenta. Los premios me gustan, pero al final el reto es que cada temporada seamos capaces de aportar algo nuevo.

    Esa novedad la habéis conseguido incorporando el punto en firmas como Nike. ¿Cómo lográis que funcione?

    Aunque sean marcas grandes el mundo de los clientes es siempre parecido. También hicimos una colaboración con Bridgestone. No lo pensamos dos veces porque en María Ke Fisherman estamos muy vinculados al mundo del motor, aunque nos daba miedo porque es una marca japonesa muy estricta. Tanto ellos como nosotros quedamos supercontentos. Lo que nos gusta a Víctor y a mí es colaborar con firmas con una identidad tan fuerte que no necesitas más que su logotipo para hacer la colección. Es muy bonito combinar dos marcas que, en principio, no tienen mucho que ver y que, juntas, crean luego algo nuevo muy grande. Nos encantaría hacer algo con Iberia. Sería lo más.

    La cultura nipona, además, ha inspirado muchos de vuestros diseños. 

    Siempre hay alguna referencia a algo de Japón, que puede ser el cine japonés de los años 70 u otras cosas más rebuscadas, ya que no nos gusta quedarnos en lo obvio. Por ejemplo, una prenda nuestra puedes mirarla mucho tiempo y siempre encuentras cosas nuevas. Para nosotros, eso también es Japón. Información, información e información. 

    Habéis vestido a Katy Perry, Lady Gaga o Rosalía, y ahora a todo el trap. ¿Quién os queda por vestir?

    Al principio eran las actrices las que vestían con ropa de diseñadores. Nosotros fuimos de los primeros cuando esto empezó a suceder con la música. Ahora nos da un poco igual. A quien me hace ilusión vestir, pero porque nos gusta mucho, es a Grimes. De hecho, nos ha pedido ropa. Nos sigue en Instagram y cada vez que nos da un me gusta le hago una captura [ríe].

    Fuente: Talento a bordo