Redacción
La historia de los guantes, es de las más curiosas que existen. En la actualidad sirven para calentar la manos, trabajar o como símbolo de elegancia, pero a lo largo del tiempo, no siempre ha sido así. La palabra guante es un término procedente del alemán antiguo wante, y pasó al castellano a través del aragonés guant. Es curiosa la palabra quiroteca: del griego quirós = dedo y teka = estuche, palabra citada por Alfonso de Palencia en su Universal vocabulario a finales del XV. Antonio de Nebrija llama “manica” al guante a principios del XVI.
Los ejemplares más antiguos de guantes que se conservan, proceden de Egipto. Son guantes de niño hechos de lino, hallados en la tumba de Tutankamon. Para los antiguos egipcios el guante poseía un gran valor tanto litúrgico como simbólico. Del tal modo que muy pocas personas tenían el “derecho” de ponerse esta prenda. De hecho, era un honor reservado a sacerdotes, unos pocos nobles y, sobre todo, el faraón, a quien se le permitía llevarlos todo el tiempo.
En la Antigua Grecia también se encuentran referencias de los guantes. Cuenta el poeta griego Homero en su Odisea, hacia el siglo VIII a.C. que cuando Ulises llegó a casa de su padre tras su aventura lo encontró en el jardín arrancando las malas hierbas, y para no lastimarse protegía sus manos con guantes.
Así mismo, en la mitología griega, se puede leer que con el fin de evitar pinchazos de zarzas y espinos, la diosa Venus encargó a las Gracias “ciertos estuches para sus delicados dedos”.
Los antiguos griegos, en las fiestas falofórias, o procesión de los falos, llevaban guantes con flores pintadas. También en la vida diaria se ponían guantes para comer, con la doble finalidad de no mancharse los dedos, ya que no existía todavía el tenedor, y para evitar quemarse al coger alimentos demasiado calientes.
En la Antigüedad los guantes simbolizaban la autoridad suprema, y estaban relacionados con el ceremonial cortesano. Jenofonte, historiador griego del siglo IV a.C. asegura que en la Corte persa nadie osaba presentarse ante el rey con las manos desnudas: el guante formaba parte del ceremonial, y si alguien descuidaba su uso era tenido por rebelde.
El Príncipe persa Ciro el joven, en el siglo VI a.C. pasó a cuchillo a todos sus primos por presentarse ante él sin guantes. Sus arqueros llevaban a la guerra guantes especiales que solo cubrían la punta de los dedos para asegurar el tiro. También tenían que ver con la vida diaria. Jenofonte, que fue también general mercenario de Ciro, escribe en su Anábasis: “Los persas, durante el invierno, no contentos con cubrirse la cabeza y los pies se ponían en las manos mitones forrados o guantes”.
Expansión del guante
Roma no usó los guantes, en el Impero Romano este complemento cayo en desuso, y prácticamente en el olvido. Algo parecido sucedió con los calcetines hasta el siglo II. En cambio, los bárbaros coetáneos de la época sí que empleaban guantes para resguardarse del frío. Así mismo, se conoce que fueron las tribus bárbaras, las responsables de la difusión del guante, que comenzó a ser muy utilizada a partir del siglo V.
Del mismo modo, hasta el siglo X los vikingos, en estado de semibarbarie, llevaron guantes, aunque con los dedos descubiertos. La Chanson de Roland (Cantar de Roldán), poema épico francés, menciona los guantes como prenda propia de personas de importancia: Desde el siglo V, existía entre los francos la ceremonia de ofrecer los guantes y el bastón al visitante de confianza, como ahora hacen los alcaldes cuando les visita una personalidad foránea.
El guante era un signo externo del poder regio
El guante era un signo externo del poder regio: se dice que se blandía en el aire para otorgar derechos y prebendas, como el de celebrar mercado o acuñar moneda. Más tarde, en la Alta Edad Media, fueron parte del ceremonial y dignidad caballeresca.
Pocas prendas tan ceremoniosas como el guante; casi tanto como el sombrero. El ceremonial caballeresco no permitía que alguien permaneciera enguantado en presencia de un superior, o dentro de un lugar de respeto como la Iglesia. Era importante saberlos llevar; la escuela de cortesanía enseñaba a desenvolverse con esta prenda y conocer sus usos. Ninguna persona debía dar a estrechar una mano enguantada ni iniciar un baile con los guantes puestos; en presencia de una persona de superior calidad el inferior debía desnudar la mano.
Guantes con protocolo
Se prestó especial atención al guante de la mano derecha, que no se llevaba puesto en la proximidad de un superior en rango: quitarse el guante ante una persona era reconocerle superioridad, significaba acatamiento, y en su honor se ofrecía la mano desnuda. Es de malas maneras estrechar o besar una mano enguantada.
En el ceremonial religioso los guantes, recargados de oro y pedrería, fueron indispensables junto al anillo para indicar la dignidad episcopal. De hecho, en su consagración el obispo recibía un par de guantes que debía llevar siempre consigo al mismo tiempo que el báculo.
Los guantes cobraron protagonismo en el ceremonial religioso, recargados de oro y piedras preciosas, moda que también adoptaron las monarquías europeas
En su confección se empleaba toda clase de piel, badanas y telas: cordobán, gamuza, ciervo, marta, cabritilla, cordero; tela de lana, terciopelo y seda. Los guantes de tela eran trabajo de aguja. Los de mujer se adornaban con cinta o trencilla de colores y un rosetón bordado en el dorso.
Ya por entonces se hacía guantes con muchos botones: un documento de 1352 habla de un par de guantes de piel de perro cubiertos con cabritilla con cuarenta y ocho botones de oro y guarnecidos en el borde con cuatro perlas.
Se habla de guantes perfumados con esencia de violeta. Los hubo para todas las ocasiones. Por ejemplo:
- Guantes para la caza: guantes de piel de gamo forrados de seda que subían por encima de la muñeca.
- Guantes para montar: resistentes y diseñados para montar a caballo.
- Guantes para acudir a fiestas: delicado y finos. Con un diseño elegante.
- Guantes para el duelo: que solo se podían llevar en época de luto.
En la Edad Media los mejores guantes solían fabricarse en España, Italia y Francia y eran objeto de importante comercio.
Historia del guante en la Edad Moderna
Los guantes españoles estuvieron de moda desde el siglo XV al siglo XVIII. Eran guantes franjeados y bordados, perfumados con ámbar o malvasía. Hacia mediados del siglo XVI, el centro productor de guantes fue Madrid, y en su confección se empleaba cordobán preparado en Córdoba, donde también se hacían guantes con guarnición de seda.
Los nobles se retaban lanzándose uno a otro el guante, o dando un guantazo, es decir, un golpe en la cara con el guante. En aquella edad los guantes fueron de uso masculino casi exclusivo. Los nobles llevaban siempre un guante en la mano izquierda. Hasta el siglo XV, solo los hombres lo habían utilizado como símbolo de clase y estatus. Las mujeres raramente los utilizaron, aunque hay una excepción: las damas venecianas.
Reinas como Catalina de Médicis o Isabel I de Inglaterra fueron las precursoras del guante que ha llegado hasta nuestros días como prenda de glamour
Fue en el siglo XVI, cuando los guantes se convirtieron en prenda de uso femenino por iniciativa de Catalina de Médicis, reina de Francia, y de Isabel I de Inglaterra, quien no aparecía en actos públicos con las manos desnudas, gusto que comparte su homónima y también reina Isabel II en nuestros días.
En la corte de Luis XIV (El rey Sol), las damas pusieron de moda unos guantes largos que dejaban al descubierto las puntas de los dedos: los mitones. Las yemas de los dedos debían quedar al descubierto para fines sensuales.
En la corte española de Felipe III, gozaron de aprecio entre las damas, una de las cuales se siente tan contenta con los suyos que llega a decir: “Son tan finos que los llevo en una cáscara de nuez”. Para que no se estropearan, debido a lo delicado del material.
La edad de oro del guante
El siglo XVII, fue el siglo de oro de los guantes: el de los guantes y el de los guantazos, ya que fue también cuando más duelos hubo. En su confección se emplearon materiales refinados, como la seda o la piel de cabritilla, aunque también eran estimados los de piel de ciervo, camello y zorro.
Algunos ejemplares tenían botonadura de oro y perlas, ya que en la confección del guante no se reparaba en gastos. Se decía que el guante perfecto era aquel cuya piel se trabajaba en España, se cortaba en Francia y se cosía en Inglaterra. Aunque los centros de fabricación más importantes estuvieron en Roma y París, los guantes más flexibles seguían siendo los españoles.
Eran piezas buscadas, ya que en el XVII se convirtió en símbolo de elegancia, símbolo y moda que heredó luego el siglo XVIII. El famoso dandy inglés George Brummel los tenía en tal aprecio que fundó el Club del Guante, escuela de modales y comportamiento social donde explicaba cómo utilizar esa prenda.
El guante moderno surgió en el siglo XVIII. En 1834 el estudiante de Medicina francés Javier Jouvin inventó el modo de hacerlos a medida tras crear un sistema de tallaje mediante el estudio en el hospital de Grenoble de miles de manos, dando lugar a trescientas veinte tallas con sus patrones, que patentó.
En el año 1850 el inglés Thomas Haimes inventó el modo de confeccionarlos sin costuras. Sin embargo, su abaratamiento vino a partir de 1914, en que se empezaron a utilizar la fibra artificial y el algodón. Por entonces, no se veía a nadie con las manos desnudas.
La revista inglesa Punch escribía en 1848: ¡Ay del caballero que se atreve a tomar sopa dos veces seguidas, y a ir sin guantes!
La revista inglesa Punch escribía en 1848: “¡Ay del caballero que se atreve a tomar sopa dos veces seguidas, y a ir sin guantes!”. Tanto era así que la bailarina Mata-Hari pidió para la trágica ocasión de su fusilamiento un par de guantes blancos nuevos porque no quería morir con las manos al descubierto.
El guante largo
Si algo tiene el guante es que su forma no puede cambiarse, pero en cambio sí su largo. De ahí que en la época de Napoleón esta prenda se alargó hasta la altura del codo, algo en buena parte debido a la locura del emperador por este complemento (tras 1802 añadió unos 240 pares a su armario). Por ende, su esposa Josefina, y la sociedad europea del siglo XVIII, los acabaron adoptando.
Se llevaban por encima del codo, en combinación con los vestidos más formales, una etiqueta que ha prevalecido hasta nuestros días. Su simbolismo como epítome de elegancia en los años 50 se lo debemos a dos hombres, Christian Dior y Cristóbal Balenciaga, que vieron en este complemento la guinda perfecta a sus vestidos sin manga y a las siluetas tipo saco (en el caso del couturier español).
Aliados infalibles de los eventos especiales, no hay acontecimiento en el que no hayan recurrido a ellos Lady Di o Isabel II. También las Primeras Damas, como en su día hicieron Jackie Kennedy o Lady Bird. Pero si este accesorio tiene una relación especial, es la que mantiene con el cine. Popularizados sobre el escenario a finales del siglo XIX por la actriz Sarah Bernhardt, han sido un infalible en las películas de Audrey Hepburn, Ava Gardner, Zsa Zsa Gabor, Marlene Dietrich, Hedy Lamarr, Rita Hayworth o Marilyn Monroe.
Fuentes: Curiosfera / Wikipedia.