Cada 25 de agosto, desde hace 600 años, se conmemora el Día Internacional de este oficio que ha transformado el cabello en arte y en moda
Redacción
El 25 de Agosto se celebra el Día Internacional de la Peluquería en toda su extensión, un sector totalmente ligado a la moda y las tendencias. Esta efeméride, a nivel mundial, data de casi 600 años atrás, cuando en el siglo XIII el servicio de peluquería era solo un bien designado a la nobleza, y los peluqueros, por su parte, plebeyos que solo se dedicaba a arreglar las pelucas de la época.
Sin embargo fue el Rey Luis IX, de Francia, quien designó a su peluquero como hombre libre y así logró elevar su jerarquía social, lo cual le permitió dejar de lado su estatus plebeyo como los demás profesionales y elevar su reconocimiento. En este caso la fecha del 25 de agosto tiene que ver con el día en que la Iglesia católica santificó al monarca.
Pero si nos remontamos a la historia del arte del peinado hay que mirar hacia la antigüedad, pues si hubo una civilización que sobresalió por encima de todas en revolucionar el cabello fue la asiria. Ellos descubrieron el arte de esculpir el pelo, inventaron el rizado, el moldeado, el teñido y se dieron cuenta de la importancia del cuidado. Los asirios y, posteriormente los egipcios, fueron los grandes peluqueros de la Historia.
Mujeres y hombres de esta antigua civilización lucieron cabelleras deslumbrantes en forma de pirámide o en cascadas ordenadas de bucles y rizos que llegaban a la espalda. Su cabello cuidado y limpio se perfumaba y teñía. La barba se recortaba de forma simétrica comenzando en las mandíbulas y descendiendo en rizos adornados hasta el pecho.
Cuando la naturaleza no lo permitía se recurría al postizo, ya que la barba era indicativa de situación social de poder y preeminencia. Tan importante era lucir barba dignificada y esculpida que incluso las mujeres del entorno cortesano egipcio lucían barbas postizas de cabello natural en ceremonias importantes.
¿De qué medios se valieron aquellos peluqueros? Utilizaron un invento revolucionario: la barra de hierro caliente, antecesor de la tenacilla o las actuales planchas eléctricas. Junto a este instrumento contaron con una colección de peines, navajas, cepillos y espejos.
Este arte se trasladó a la antigua Grecia, donde el peinado tenía que ver con la clase social a la que se pertenecía. La norma era el cabello largo y rizado, lo que adoptaron los griegos para distinguirse de los bárbaros, que llevaban el pelo corto.
El ideal de belleza griego muestra al hombre con el cabello rizado, y quienes no gozaban de una cabellera rubia podían permitirse el reflejo dorado. El pelo se mostraba siempre brillante y perfumado; así describen los autores clásicos a dioses y héroes.
El tono dorado se conseguía con el teñido mediante una variedad de jabones y lejías alcalinas traídas de Fenicia, centro jabonero y cosmético del mundo antiguo. En cuanto al teñido temporal, se lograba espolvoreando polen amarillo sobre una mezcla de harina y polvillo de oro.
Las trenzas
Pero, entre las muchas innovaciones que dejaron los asirios para el arte del cabello caben destacar las trenzas, que tal vez constituyen el peinado más antiguo. Las trenzas han superado barreras económicas, religiosas, raciales, geográficas e incluso de género. De hecho, el registro más antiguo no es de una mujer, sino de un caballero asirio que vivió cerca del año 3.500 a.C. Se hallaron restos de su barba trenzada, que era entonces un símbolo de estatus social. También de esta época data una pintura rupestre, encontrada en el norte de África, en la que aparece una mujer con el pelo trenzado dando de comer a su hijo.
En la civilización egipcia este peinado se podía ver en todos los estratos sociales. Las mujeres ricas añadían abalorios y extensiones a su cabello, mientras que los hombres las lucían en la barba como símbolo de divinidad. El pueblo llano utilizaba trenzas con fines puramente utilitarios.
Al igual que en Grecia, en la antigua Roma las mujeres llevaban recogidos muy trabajados que solían terminar en trenzas sueltas. En China, las mujeres solteras o “yimei” se peinaban con una trenza sencilla, y las casadas o “yisao” con un moño alto.
Por su parte en la América indígena también se distinguía a las mujeres solteras o casadas por el peinado, ya que llevaban un tipo de trenza u otro. En el caso de los hombres, sus trenzas eran decoradas con plumas y cuero antes de ir a la guerra, ya que se suponía que de esta forma estarían protegidos por los dioses.
Los antiguos asirios y egipcios fueron los primeros peluqueros de la Historia, a ellos se les debe inventar el moldeado, el tinte, las trenzas y las pelucas
En Europa, las trenzas se pusieron de moda durante la Edad Media y el Renacimiento. En esta época estaba muy mal visto que las mujeres dejaran sus cabellos sueltos, ya que se asociaba a la brujería y la prostitución. Las mujeres pertenecientes a la nobleza lucían complicadísimos peinados con trenzados muy elaborados, mientras que las mujeres pobres utilizaban trenzas para que el pelo se ensuciara lo menos posible.
Por su parte, los musulmanes pusieron de moda afeitarse la cabeza como muestra de sometimiento a Dios, aunque se dejaban crecer un mechón a modo de larga y estrecha trenza por el que, según creían, el ángel del Señor pudiera asirles para llevarlos al paraíso de Alá.
En el año 303 a.C. el gremio de peluqueros romano fue de los primeros que se formaron en la Historia y el más poderoso de su tiempo. Impusieron el cabello oscuro en contra del tradicional pelo dorado, y lo latino empezó a tomar auge. Cónsules y senadores, matronas y damas de la vida social romana recurrían a todo tipo de tinturas para ennegrecer su cabellera.
Hubo numerosas recetas, pero a veces, a consecuencia de extraños potingues se caía el cabello y era necesario disimular la calvicie con un ungüento de arándanos y grasa de oso. Si esto fallaba, siempre quedaba la posibilidad de la peluca.
Durante el Renacimiento volvió a llevarse el cabello suelto: surgió la moda del “pelo visto”, llamado así porque asomaba por debajo de las tocas de las damas en forma de copetes ondulados. El tocado empezó a formar parte del peinado y las pelucas de alturas impensables se convirtieron en tendencia.
La peluca
Una ingeniería del coqueteo infinita, donde una de sus herramientas fue la peluca, eficaz instrumento de belleza, camuflaje, exhibicionismo, transformismo e incluso pacificación. Ese fue su cometido en el siglo XVII en Inglaterra.
El país anglosajón acababa de sufrir una guerra civil, los ciudadanos estaban divididos entre los parlamentarios (partidarios de la república de Cromwell) y los realistas (que reclamaban la restauración monárquica). Cuando Carlos II regresó de su exilio en Francia, trajo consigo la peluca. Y cuando los ingleses se la colocaron, dejó de evidenciarse de qué lado habían estado en la guerra: los parlamentarios llevaban el pelo corto, los realistas lucían melenas. La peluca acabó con las incómodas distinciones. Y a los jueces les insufló jerarquía y poder: «Esa vestimenta estrafalaria los aleja del orbe común y los vuelve irreconocibles», explica Luigi Amara, autor de Historia descabellada de la peluca.
Con sus aborregadas pelucas blancas, los magistrados se mostraban como seres distantes. Los jueces británicos las siguen utilizando, aunque ya no lo hacen en los juicios civiles, pues fueron abolidas en 2007. La típica peluca judicial es del modelo Sartine, que debe su nombre a un personaje de lo más curioso: Antoine de Sartine. Fue uno de los hombres más poderosos de la Francia del siglo XVIII: teniente general de la Policía de París, el primer perseguidor del marqués de Sade y un loco de los postizos capilares. Tenía 80, uno para cada ocasión.
Justo antes de la Revolución francesa, los postizos capilares vivieron su momento pletórico. Antes de que rodaran sus cabezas, las damas de la corte competían en lo que se ha llamado peinados d”apparat, con complejas estructuras de varillas, cintas, crin de caballo, lana, telas, joyas, talco, plumas, fruta, puercoespines… Llegaron a ser tan exageradas que Montesquieu dijo con sorna que el rostro femenino debía quedar situado justo en el centro de la larga figura femenina, con igual proporción para el cuerpo de la dama y el de su estrambótico penacho.
Llevar semejantes edificios en la cabeza era un problema para pasar por las puertas, pero monsieur Baulard inventó un resorte que se accionaba para sortear umbrales. En la Ópera hubo sublevación de espectadores: imposible atisbar nada con un rascacielos peludo en el asiento delantero. Así que hubo que redactar cierto reglamento que relegaba a las mujeres-torre a las filas traseras. Por supuesto, lo incumplieron.
El rey Sol impuso las pelucas en la corte francesa y los peluqueros se convirtieron en modistos del cabello entre las damas de la aristocracia
La opulencia apoteósica se empleaba también para empolvar los postizos. Los despreocupados aristócratas desperdiciaban miles de kilos de harina de trigo y de arroz en blanquearse la testa, ajenos a la miseria del pueblo. Luis XIV, el excesivo rey Sol, fue quien impuso las pelucas en Francia. Le entusiasmaban de una manera obsesiva: solo le podía ver sin postizo su peluquero, monsieur Binet. Los problemas de intendencia de este pudor craneal se solventaron instalando un complicado sistema de cortinas que lo protegía de la indiscreción de sus pajes.
En 1789, el año de la Revolución, el gremio de maestros peluqueros llegó a 20.000 miembros solo en Francia. La Convención de 1792 abolió la peluca y se vieron obligados a reconvertirse en barberos. La moda cambió y afectó a todos. Tras la Revolución Francesa, Europa conoció el peinado a lo Brutus, a semejanza del asesino de Julio César, es decir, pelo muy corto; y hacia 1830 se volvió al llamado pelo espartano, pelo corto y barba rasurada con patillas a los lados. Las mujeres adoptaron una estética rural: pelo largo recogido.
A principios del siglo XX reapareció el pelo corto con ondas lisas de bordes claros, preparando la famosa moda del pelo a lo madame Pompadour y preconizando los famosos estilos que luego se conocieron con los nombres de peinado a lo paje y a lo chico.
Todo estaba presidido por melenas lisas con volumen que hicieron necesario volver al uso del moño y del postizo para elaborar los peinados de esponja. Con todo esto acabó un peluquero londinense en la década de 1950. Charles Nessler se hizo millonario con el invento de la permanente, que causó furor en América y Europa.
A lo largo de los años, la peluquería se ha ido actualizando con técnicas más novedosas, tendencias y estilismo, haciendo de esta profesión un arte. Uno de los grandes peluqueros del siglo XX fue Alexandre, el estilista de las actrices de los 60 que marcó un antes y un después en el mundo de la moda y lo más beauty.
Louis Alexandre Raimon se dio a conocer cuando era joven con el moño artístico que inventó en 1946 y ese mismo año se le encargó el peinado de la boda de la Begum Agá Jan. Ése fue el lanzamiento de su carrera y a partir de entonces tuvo entre sus clientas famosas como la duquesa de Windsor o las actrices Audrey Hepburn, Lauren Bacall, Liza Minnelli, Shirley MacLaine, Greta Garbo, Maria Callas, Michèle Morgan o Romy Schneider.
Alexandre, el príncipe del peinado
Algunas de sus creaciones que tuvieron más eco fueron la que preparó para Elizabeth Taylor para la película Cleopatra, y otras para la Ópera de París y para el teatro de la Comédie Française. En 1957 abrió su primer salón en París. Fue recompensado en dos ocasiones con el denominado Óscar de la Moda, en 1963 y en 1969, y en 1994 recibió un homenaje del mundo parisiense de la moda al recibir un Dedal de Oro de honor.
Caballero de la Legión de Honor y de las Artes y las Letras, presidió la Federación Mundial de Peluquería entre 1978 y 1993. Apelado el príncipe del peinado fue todo un símbolo de la elegancia por lo que trabajó, además, para los grandes maestros de la costura como Chanel, Grès, Yves Saint Laurent, Hubert de Givenchy, Balmain o Gaultier.
Fuentes: Curioesfera y Filo.News