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    El GPS nació de una mujer

    Gladys West es la artífice de la creación del sistema de posicionamiento global que hoy nos guía a través del móvil o de un navegador

    Redacción

    “A 500 metros habrá llegado a su destino”. Es una frase corta, robótica, pero que hoy en día se ha hecho habitual entre nosotros, sobre todo si somos usuarios del móvil y de las aplicaciones de mapas que nos indican y orientan sobre una dirección desconocida. Voces guía, que ahora sustituyen a esos enormes papeles que llevábamos en el salpicadero del coche y que todos conocemos como GPS. Pero ¿conoces quién lo inventó?

    El Global Positioning System (GPS) o sistema de posicionamiento global es algo tan habitual que hemos convertido esas siglas en una palabra propia que sirve para que nos orientemos incluso donde nunca habíamos estado antes. Y esta revolución tecnológica ha sido posible gracias a Gladys West, una matemática estadounidense que contribuyó a modelizar la esfera terrestre y a desarrollar los modelos satelitales que después se utilizaron para la creación del GPS.

    En un interesante reportaje recogido en la revista Mujeres con Ciencia, rememoran la figura de esta científica que nació en 1930 en Virginia, Estados Unidos, y como persona negra vivió desde pequeña los efectos de la segregación racial y la discriminación. Nacida en una familia de granjeros, dedicó mucho tiempo en su infancia a trabajar en los terrenos de la granja familiar. Sin embargo, desde pequeña supo que no quería trabajar toda su vida recogiendo tabaco y decidió que la educación sería su forma de buscar una vida diferente para sí misma.

    Gladys West y Sam Smith (Dahlgren, 1985). / Foto: Wikimedia Commons.

    Hija de una humilde familia de color, tuvo que verse en la necesidad de conseguir una beca para poder estudiar en la universidad. La oportunidad de conseguir esta ayuda, otorgada solamente a los dos mejores alumnos de cada promoción apareció como la única solución a su problema. West decidió que una de ellas tendría que ser para ella. “Empecé a hacer todo lo que estaba en mi mano para ser de las mejores, y cuando me gradué del instituto, conseguí una de las becas”. Esto le dio la posibilidad de acudir a la Universidad de Virginia, estudios que combinó con trabajos como niñera y profesora de matemáticas.

    West pronto comprobó que sus capacidades le habían permitido ser la mejor en la escuela y el instituto de su pueblo, pero que para mantenerse a la altura de sus compañeros en la universidad tenía que dejarse los codos estudiando, además de trabajar. “Estaba tan entregada que no me importaba estarme perdiendo la diversión, pero ahora lo pienso y sí que debió importarme”, comentaba la propia West en una entrevista a The Guardian.

    Decidió centrarse en las matemáticas porque era un área muy respetada, aunque ejercida principalmente por hombres, algo que ella aseguraba años después que nunca le había importado mucho. “En mi corazón sabía que nada se iba a interponer en mi camino”. Se graduó y comenzó a trabajar como profesora, ahorrando para continuar sus estudios.

    Ira y Gladys West. / Foto: Wikimedia Commons.

    Volvió a la universidad años después y obtuvo un título de máster en matemáticas. De nuevo ejerció brevemente la docencia, pero pronto encontró trabajo en la base naval de Dahlgren (Virginia). En ese momento fue la segunda mujer contratada como programadora en esa base en toda su historia, y una de los únicos cuatro trabajadores negros de toda la base.

    Eb ese momento la marina comenzaba a trabajar con ordenadores, y su labor era desarrollar la programación para las máquinas. En esa entrevista para The Guardian recordaba cómo había sido su primer día, que el edificio de la base era gris y que llegó temprano, cuando los trabajadores aún estaban tomando el café y relajados. Allí conoció al que luego sería su marido, Ira West, aunque en un primer momento se negó a prestarle atención o distraerse con cualquier cosa que no fuese el trabajo.

    A principios de los 60, West participó en un trabajo, que resultó muy premiado, que demostró la regularidad del movimiento de Plutón respecto a Neptuno. Años después se convirtió en la jefa del proyecto que desarrollaría parte del equipo del Seasat, el primer satélite desarrollado para monitorizar los océanos, y como tal dirigió un equipo de cinco personas. Para esta tarea, West se encargó de programar un IBM 7030, un ordenador significativamente más rápido que otros equipos del momento. Esto permitía obtener cálculos precisos para desarrollar un modelo de la esfera terrestre, que luego fue una de las piezas sobre las que se construyó el GPS.

    Aunque eso ella no lo sabía entonces, que sus desarrollos ayudarían a crear tecnología que todo el mundo terminaría llevando en sus coches o bolsillos y cambiando la forma en que nos movemos por el mundo. “Nunca se te ocurriría que lo que estás desarrollando como tecnología militar terminará siendo tan emocionante. No piensas que se pueda terminar transfiriendo a la vida civil, fue una agradable sorpresa”.

    Curiosamente, West es de esas cada vez más escasas personas que prefieren un mapa, o pedir indicaciones, a un dispositivo GPS: “Me gusta hacer las cosas con las manos. Si veo la carretera, y veo dónde gira y a dónde va, me siento más segura”.

    West se jubiló en 1998, a los 69 años, con la idea de seguir avanzando con sus estudios. Un ictus la obligó a retrasar ese objetivo, pero en el 2000, a los 70 años, concluyó su doctorado en el área de las administraciones públicas. Aunque durante su carrera no recibió reconocimientos ni honores especiales, años después pasó a formar parte del salón de la fama de las fuerzas aéreas de Estados Unidos.