Con frecuencia decimos que somos polvo de estrellas, pero también somos agua cósmica
Redacción
El agua que nos rodea -la que bebemos, la de los océanos e incluso la que forma parte de nuestro cuerpo- es más antigua que nuestro planeta. De hecho, una parte de esa agua ya existía antes de que el Sol empezara a brillar. Con frecuencia decimos que somos polvo de estrellas, pero también somos agua cósmica.
En el universo, indica una información de ARA, el agua puede originarse por diversos procesos astrofísicos y cosmoquímicos. Se puede formar dentro de las inmensas nubes moleculares donde se forman las estrellas; vastas masas de hidrógeno molecular y de polvo que viajan por el medio interestelar de la galaxia. Uno de los más famosos es la nebulosa del Águila, con sus espectaculares Pilares de la Creación. Otros, como la nebulosa de Orión, pueden verse incluso a simple vista, como una mancha difuminada bajo las tres marías de la constelación de Orión durante las noches de invierno

Cuando la radiación ultravioleta atraviesa estas nubes, rompe ciertas moléculas que liberan átomos de oxígeno, los cuales se combinan con el hidrógeno para formar agua sobre la superficie de los granos de polvo. Esta agua es ligeramente “pesada” debido a su composición isotópica. Por tanto, cuando una estrella como nuestro Sol nace en una de estas nubes, ya cuenta con agua disponible para su sistema planetario.
Pero el proceso no se detiene aquí: durante el nacimiento del Sol, nuevas moléculas de agua se forman en los márgenes del sistema solar, donde los rayos ultravioleta del propio Sol joven vuelven a provocar reacciones químicas similares. Por último, durante la formación de una nueva estrella con su sistema, todavía se forma una tercera agua simplemente por condensación de gas cuando éste alcanza la temperatura adecuada; esta vez, agua “ligera”, la más abundante.
Recientemente, la revista Nature publicó un estudio donde un equipo de científicos ha detectado por primera vez agua “pesada” en el disco de gas y polvo que rodea a una estrella muy joven, la V883 Ori, mediante el radiotelescopio Atacama Large Millimeter Array (ALMA). Este descubrimiento confirma lo que hacía tiempo ya había revelado el estudio de meteoritos en el laboratorio: que un sistema solar contiene agua de distintos orígenes.

La Tierra, sin embargo, se formó demasiado cerca del Sol para preservar agua en su material progenitor inicial. Los asteroides ricos en agua se encontraban mucho más lejos, en regiones frías y distantes del sistema solar donde el agua no sólo podía sobrevivir, sino que también podía preservarse en asteroides que no eran tragados por el Sol naciente. Durante la formación de nuestro planeta, la interacción gravitatoria entre Júpiter y Saturno desestabilizó órbitas de asteroides lejanos del sistema solar e hizo que muchos fueran precipitados hacia zonas internas del sistema solar.
Durante unos 200 millones de años, una lluvia de meteoritos primitivos cargados de agua y materia orgánica impactaron contra la Tierra primitiva, aportando los ingredientes esenciales para la vida. De hecho, los cráteres de la luna registran este período violento de grandes impactos, conocido como el Gran Bombardeo Tardà.
En definitiva, esta vez la astrofísica y la meteorítica se han entrelazado para reconstruir la historia del agua desde el espacio interestelar hasta nuestro planeta azul.
Fuente: ARA