Faldas, pantalones, gabardinas o medias son prendas y complementos que, en su origen, nacieron para ser usadas por los hombres hasta que las mujeres decidieron hacerlas suyas
Mónica Ledesma / NoticiasPositivas.press
Faldas, tacones, pantalones, tirantes, medias e incluso maquillaje fueron en sus inicios de uso exclusivo de hombres, pero la evolución de la sociedad y, por ende de la moda, hicieron que muchas prendas masculinas acabaran pasando a formar parte del armario femenino. Aunque la mayoría de estos complementos que hoy vestimos no tienen origen en el universo fashion, sino que fueron creados por necesidades del ser humano tales como trabajo, guerras, caza o deportes, las féminas finalmente terminaron apoderándose de un estilo que hicieron suyo.
Asirios, sumerios, egipcios, griegos, romanos o aztecas, entre más civilizaciones, compartieron durante siglos vestimentas unisex como túnicas, togas y faldas, aunque por razones bien distintas a las actuales. Federico Antelo, profesor de Historia de la Indumentaria en el Centro Superior de Diseño IED Madrid, recuerda en un artículo a Verne (El País), que hombres y mujeres han compartido a lo largo de la historia muchas de las prendas y complementos que hoy consideramos mayoritariamente femeninos: “Desde el antiguo Egipto hay pelucas, maquillaje, faldas, túnicas…”. También ha pasado con colores: el rosa no siempre fue un tono femenino y el azul no siempre se identificó con lo masculino.
Necesidades que se transformaron en moda a través de mujeres que, por diversas circunstancias, decidieron en un momento de la historia apropiarse del vestuario masculino para convertir su look en pespuntes de igualdad en base a trajes de chaqueta, esmoquins, corbatas, pajaritas, chalecos, tirantes y otros accesorios que hoy en día forman parte de las tendencias universales.
El maquillaje
En este sentido, cabe mencionar el maquillaje que, igual que la falda, fue usado por parte de hombres y mujeres. Por ejemplo, según el citado artículo de Verne, en el antiguo Egipto se usaba el kohl en ojos y párpados, además de maquillaje de ocre rojo para labios y mejillas; en el siglo I d.C. los hombres romanos también se aplicaban pigmento rojo a las mejillas, y en la Francia de los siglos XVII y XVIII se puso de moda no solo el maquillaje, sino también los lunares postizos. Luis XIII ya había popularizado las pelucas, tras quedarse calvo en la veintena. Además, de que cubrían la tiña, los piojos y la suciedad. Se empezaron a empolvar el rostro en el siglo siguiente, el XVIII.
Hasta los siglos XVII y XVIII y, sobre todo, durante el Rococó francés, cuando la indumentaria se volvió vistosa y decorada, ambos sexos, usaban colores similares, sedas, faldas, encajes, pelucas y maquillaje, sobre todo las clases acomodadas. Por tanto, el uso de estos complementos por parte de los hombres no suponía la adopción de un rasgo femenino, sino la voluntad de manifestar su estatus. Todas estas prendas estaban asociadas a la masculinidad y al poder. Por eso no es de extrañar que, tras el exceso del Rococó y con la Revolución Francesa, se sustituyera el satén por el algodón y se redujera el uso de corsés, entre otros cambios, con la intención de generar igualdad y borrar las fronteras de clases.
Medias y leotardos
Por otra parte, entre los accesorios que las mujeres han hecho suyos con el paso de los siglos destacan los leotardos o medias. Un complemento que fue ideado por un hombre, concretamente el francés Jules Léotard, a quien la vida le tenía guardado un trapecio y unas medias de lana para pasar a la historia. Comenzó a trabajar en un circo y se convirtió en un acróbata de fama mundial al inventar el trapecio volante.
Para sus ejercicios, necesitaba una prenda que le permitiera una libertad total de movimiento en las alturas. Así, empezó a usar una malla tupida de lana que causó un revuelo monumental en la sociedad del siglo XIX, impactada por esa pieza totalmente ajustada al cuerpo. El leotardo se quedó para siempre con el apellido de su creador, aunque su uso masculino actual se reduzca casi únicamente a los profesionales del ballet, según informa La Vanguardia.
Zapatos de tacón
Otro complemento apropiado por las mujeres son los zapatos de tacón, que nacieron por una necesidad estratégica. Los egipcios, en concreto los faraones, los usaron como símbolo de poder y los persas, pueblo guerrero, los adoptó para su ejército con el fin de afirmar el pie a los estribos del caballo. Civilizaciones posteriores como la griega hicieron del tacón un accesorio para el mundo del teatro, vinculado solo a los hombres que podían ejercer como actores.
En la Edad Media, los hombres y mujeres de clases acomodadas llevaban calzas con alzas, con las que evitaban pisar la suciedad del suelo y, al mismo tiempo, lograban mantener limpios los bajos de la vestimenta. Pero el tacón como tal, comenzó a entrar en Europa occidental a finales del siglo XVI, cuando el sah de Persia Abbas I mandó una serie de delegaciones diplomáticas para intentar establecer lazos con sus gobernantes. El gusto por lo oriental se puso de moda en Europa, y aquel exótico calzado tan masculino saltó de los ejércitos al terreno de la estética.
Pronto comenzaron a verse en las cortes. Y, aunque no fue el primero en emplearlos, los tacones de Luis XIV de Francia se ganaron a pulso su titular en la historia. El Rey Sol los incorporó a su vestuario como símbolo de masculinidad, poder y privilegio. Fichó a un zapatero llamado Nicholas Lestage, a quien indicó que se los hiciera en color rojo para denotar su estatus. Y en 1670 promulgó un edicto que establecía que solo los nobles podían llevar tacones.
A finales del siglo XVII, también en la corte francesa, las mujeres ya los utilizaban en unos modelos mucho más parecidos a los actuales. Fue entonces cuando comenzaron a introducirse las diferencias por sexos: los tacones de los hombres eran más cuadrados y robustos, y los de las mujeres, más altos y curvos.
La falda
La falda, prenda hoy en día femenina, comenzó su evolución con un uso unisex desde el Antiguo Egipto, al ser un atuendo cómodo, que permitía gran libertad de movimiento para trabajar, cazar o ir a la guerra. Sin embargo, ya entonces había diferencias generalmente corta para los hombres y larga para las mujeres. Con los años esta prenda fue decayendo en el armario masculino, mientras que en el femenino se asentó desde el siglo V y no se ha caído de las perchas.
Eso sí, ya entonces se alargó hasta los pies, y así continuó hasta principios del siglo XX, cuando comenzó a acortarse de nuevo hasta llegar a su más mínima expresión en los años sesenta, con la minifalda.
El pantalón
Con el pantalón no ocurrió igual. Aunque hay algunas referencias arqueológicas que sitúan los primeros pantalones en la cultura celta, los pueblos germanos también los lucían, con tejidos que teñían de rayas y cuadros. Los romanos, por su parte, identificaron esta prenda con los bárbaros y, en el año 397, el emperador Honorio prohibió su uso en Roma. Con la progresiva mezcla de pueblos y costumbres, el pantalón acabó extendiéndose, primero entre clases populares (artesanos, campesinos, marineros y gentes de clases bajas en general), hasta hacerse universal en Occidente… aunque solo entre los hombres.
Pero tendría que llegar el siglo XIX para que esta prenda masculina se hiciera símbolo de igualdad entre la mujer. Las pioneras en llevarlos, como la líder feminista Amelia Bloomer (1818-1854), se enfrentaron a la sociedad de la época al salir a la calle en pantalones, generaron oleadas de indignación. A Bloomer se la considera la creadora de un nuevo look formado por vestidos más cortos y pantalones anchos tipo bombacho ceñidos a los tobillos debajo, prenda que dio nombre a las bloomers.
A estas mujeres que desafiaban la moda impuesta para apostar por una mayor libertad y comodidad se las considera precursoras de un movimiento ya imparable de tendencias, que también encontró su culmen en Aurore Lucile Dupin, más conocida por su identidad masculina como George Sand. Una célebre escritora francesa (escritor a efectos prácticos) que encontró en la moda masculina su pasaporte a la libertad.
La Revolución Francesa y la Primera Guerra Mundial fueron clave para que las mujeres comenzaran a usar prendas destinadas hasta entonces para los hombres
No obstante, estos tímidos pasos de prendas de hombres usadas por mujeres se acrecentó con la Primera Guerra Mundial. En este período de entreguerras la mujer se incorporó a las fábricas y asistió a los soldados en el campo de batalla, por lo que el pantalón se hizo necesario por razones prácticas y no reivindicativas.
La impulsora del uso actual y con su toque de moda fue Coco Chanel, que aunque comenzó su trayectoria abriendo una tienda de sombreros en París, su capacidad de innovación la llevó a instaurar el pantalón y el corte de pelo a lo garçon entre las mujeres. También se atrevió a hacer del negro, desdeñado hasta entonces por su vinculación con el luto, el templo de la elegancia, y acortó las faldas hasta justo por debajo de las rodillas.
Mención aparte merece el vaquero. Según el citado artículo de La Vanguardia, la que hoy es la prenda unisex donde las haya nació como ropa de trabajo. Se remonta al siglo XII, en la ciudad de Génova (Gêne es Génova en francés, lo que derivó en jeans para los angloparlantes). Su armada necesitaba un pantalón que fuera muy resistente. Durante mucho tiempo, los vaqueros quedaron limitados al terreno laboral. Su uso generalizado (masculino) se remonta al año 1873, cuando la oficina de patentes americana autorizó a Levi Strauss la producción industrial en exclusiva de estos pantalones.
Pero la compañía pronto vio un filón en la clientela femenina, y en 1934 creó los Lady Levi’s. Estaban pensados para trabajadoras de granjas y ranchos del oeste americano. Y también se los enfundaban, como licencia exótica, las mujeres que pasaban vacaciones en ranchos para turistas. Llevaban botones en la bragueta en lugar de cremallera, un pequeño gesto con el que se intentaba conservar cierto decoro.
El traje de chaqueta
Mientras, y usando también pantalón, el traje de chaqueta fue durante años de uso propio de los hombres. Formado por un combinado de chaqueta y pantalón y en ocasiones, un chaleco, el traje sastre apareció a mediados del siglo XIX en Inglaterra, donde se desarrollaron los patrones que aún hoy son vigentes, pero los orígenes de su forma se pueden remontar a la revolución en el vestido masculino fijado por Carlos II en 1660.
El monarca británico siguió el ejemplo después de que el rey Luis XIV de Francia decretase en 1666 que en la corte los hombres tenían que usar una capa larga o chaqueta, un chaleco (originalmente llamado enagua, término que más adelante se aplicó solamente al vestido de las mujeres), un pañuelo (antepasado de la corbata moderna) una peluca y los pantalones recogidos en la rodilla, así como un sombrero para el exterior. Las capas con los pantalones o incluso el chaleco que combinaban han alternado su vigencia durante los pasados cuatro siglos, si bien el moderno traje de salón todavía se deriva de los trajes históricos.
Aunque es difícil ver el origen de la forma moderna del traje de chaqueta en el elaborado y coloreado vestido de la corte del siglo XVII, el patrón básico ha sobrevivido por más de cuatrocientos años con algunos ajustes, a pesar del abandono de pelucas y de pantalones por la rodilla después de la revolución francesa; pero el auge de la sastrería británica, que utilizó el vapor, la presión, el acolchado y almidonado para moldear la tela de lana al cuerpo derivaron en el modelo actual.
La versión femenina del traje de chaqueta o tailleur tiene su origen en el sastre inglés John Redfern, que diseñó en 1885 el primer modelo para la princesa de Gales, aunque su forma distaba mucho de la silueta que conocemos hoy día. En los años 30 y 40 del siglo XX, algunas pioneras como Marlene Dietrich o Katherine Hepburn ya jugaban a mezclar masculino y femenino adoptando lo que, hasta ahora, era el uniforme por excelencia de los hombres.
El blazer
Algo similar ocurrió con el blazer o bléiser, una prenda que se convirtió en identificadora de un club de remo de Cambridge en 1825. El origen de su nombre se sitúa cuando un capitán de apellido Blazer, encargó una prenda especial y novedosa en su época, para recibir la visita de la reina Victoria a su nave. Esta chaqueta también se bautizó así en Estados Unidos, donde las sociedades universitarias y los equipos deportivos las adoptaron como parte del conocido estilo preppy de estudiantes más selectos.
El origen náutico y masculino del blazer está probado, pero la adopción de esta prenda por parte de las mujeres se sitúa hacia 1870, cuando la actriz Sarah Bernhardt causó una revolución en París al usar un traje de chaqueta claro hecho a medida en algunas de sus interpretaciones teatrales más sonadas. Nadie lo había hecho antes y, aunque el pantalón escandalizó, la chaqueta masculina gustó y pasó a ser lucida por ellas, según recoge la revista Telva.
Con Coco Chanel llegaría el primer traje de chaqueta femenino moderno, todavía con falda. Mademoiselle “robó” la icónica prenda masculina y facilitó -con cortes y materiales- su uso para mujeres con deseos de emancipación y libertad cuyo estilo de vida requería cada vez mayor comodidad.
Las gabardinas
Pero si seguimos ahondando en diferentes vestimentas que, por diferentes motivos ha pasado de hombres a mujeres, también encontraremos las gabardinas que tras un excedente de esta prenda para hombres a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, empezó a ser usada por mujeres. Thomas Burberry creó un tejido transpirable, impermeable y resistente en 1880, revolucionando las hasta entonces pesadas prendas de lluvia.
Tras varios modelos preliminares, la famosa gabardina prosperó durante la Primera Guerra Mundial (no en vano se la conoce en inglés como trench coat, abrigo de trinchera). Su diseño funcional presentaba trabillas para que los oficiales del ejército británico pudieran colgar de ellas su utillaje. Hasta disponía de anillas en forma de D para acarrear granadas. Una solapa frontal ofrecía protección adicional y un panel impermeable en la espalda permitía que el agua se deslizara fácilmente.
El esmoquin
Pero el uso indistinto por géneros de las prendas no siempre ha nacido de la necesidad. En ocasiones ha llegado simplemente de la mano de la moda y la estética, como en el caso del esmoquin. A mediados del siglo XIX, los caballeros ingleses comenzaron a ponerse lo que se llamaba smoking jacket. Era una especie de batín, de uso exclusivamente doméstico. Por lo general, estaba confeccionado en materiales suntuosos, y tenía la particularidad de que el cuello y las bocamangas eran de un tejido que contrastaba con el resto de la prenda. Los señores se lo colocaban cuando se retiraban a fumar, después de cenar, y así atenuaban el olor a humo en la ropa.
Con el tiempo, el ya simplemente llamado smoking (tuxedo en Estados Unidos, por el nombre del club neoyorquino en el que se lució por primera vez) extendió su uso a actos elegantes y de gala, siempre utilizado por hombres. Como una excepción, Marlene Dietrich llevó uno en la película Morocco, en 1930. Pero para ver extendido su uso entre las mujeres hubo que esperar hasta 1966, cuando el diseñador Yves Saint Laurent incluyó el primer esmoquin femenino en su colección, convirtiéndolo en una de las piezas icónicas de su carrera y de la moda en general.
La corbata
Otro accesorio de elegancia masculina que arrebataron las mujeres fue la corbata. Este complemento surgió en Croacia en el siglo XVII durante la Guerra de los Treinta Años, cuando, a la hora de partir, las mujeres anudaban al cuello de los soldados de la caballería ligera un pañuelo rojo símbolo de amor y fidelidad. Durante la devastadora contienda (1618-1648), su uso se extendió por Europa, ya que la Guardia Real francesa, que reclutaba a los famosos jinetes croatas bajo la Corte de Luis XIII, quedó entusiasmada por las bandas rojas que lucían en sus uniformes: de lino los soldados y de algodón fino o seda los oficiales. En 1667, Luis XIV se declaró admirador personal del lazo al cuello.
La Enciclopedia Británica registra la aparición de la corbata en 1656 y explica su etimología como un derivado del sustantivo étnico croata al francés cravate, para extenderse después a nivel mundial. Con la restauración de la monarquía inglesa, en 1660, a su regreso del exilio, Carlos II introdujo en el país el nuevo accesorio de moda, la cravate. Este complemento viene usándose por mujeres desde los años 20, a raíz de que querían ir por un estilo más masculino. La corbata, posteriormente, derivó en la conocida pajarita.
Los guantes
Otro complemento curioso que empezó siendo de hombres se centra en los guantes. Los más antiguos que se conservan son del Antiguo Egipto, hechos de lino y hallados en la tumba de Tutankamon. Para los antiguos egipcios el guante poseía un gran valor tanto litúrgico como simbólico y muy pocas personas tenían el “derecho” de ponerse esta prenda que era un honor reservado a sacerdotes y al faraón.
Griegos y persas también los usaron. Los antiguos griegos, en las fiestas a sus dioses, llevaban guantes con flores pintadas y, además, en la vida diaria se ponían guantes para comer, con la doble finalidad de no mancharse los dedos, ya que no existía el tenedor. También los persas les daban una finalidad de poder y simbolizaban la autoridad suprema, relacionados con el ceremonial cortesano.
Los romanos desecharon los guantes, que volverían a rescatar los bárbaros y los vikingos, que sí los empleaban para resguardarse del frío. Pero su uso como símbolo de moda y más vinculado a la mujer llegaría con Napoleón. El emperador francés estaba obsesionado por este complemento (en el año 1802 añadió unos 240 pares a su armario) y, por ende su esposa Josefina, y la sociedad europea del siglo XVIII, los acabaron adoptando.
Se llevaban por encima del codo, en combinación con los vestidos más formales, una etiqueta que ha prevalecido hasta nuestros días. Su simbolismo como epítome de elegancia en los años 50 se lo debemos a Christian Dior y Cristóbal Balenciaga, que vieron en este complemento la guinda perfecta a sus vestidos sin manga.
Los tirantes
Por su parte, los tirantes que también han llevado las mujeres a su armario nació de los franceses, en la época de la Revolución, que probablemente fueron los inventores de los tirantes para hombre. Eran tiras de cinta con ojales que se fijaban a los botones de los pantalones y se conocían como bretelles. La mayoría estaban hechos de seda o satén y era usual decorarlos con logotipos u otros símbolos.
Los primeros tirantes tenían la parte posterior en H, es decir, eran dos líneas verticales que caían desde el hombro hasta los pantalones. En el siglo XVIII estas dos líneas se cruzaron, formando una X en la espalda. Y finalmente desde 1850 se hicieron los tirantes con forma de Y, que son los que hasta ahora se utilizan. En este periodo los tirantes se fijaban a los pantalones por medio de botones, ya que hasta la década de 1920 los pantalones masculinos se hacían sin trabillas para el cinturón. Fue en 1894 cuando un americano inventó un broche de metal para sujetar los tirantes a los pantalones. Sería ya en los años 30 del siglo XX cuando este accesorio empezó a entrar en el mundo femenino, popularizado por divas como Marlene Dietrich.
Hoy en día, aunque muchas de las prendas actualmente asociadas a mujeres regresan tímidamente al hombre, lo cierto es que el paso radical de estas prendas en su origen masculinas se sitúa claramente en la Revolución francesa, cuando el pueblo galo decidió utilizar la ropa como arma política en la lucha contra la monarquía. Como hasta aquel momento la nobleza usaba calzas y maquillaje, los revolucionarios desterraron esos elementos. Sin embargo, como las mujeres en esa época no estaban asociadas ni al trabajo ni al poder, siguieron usando las mismas prendas que se han mantenido en sus armarios hasta nuestros días.