Sign Up To The Newsletter

Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit, sed diam nonummy nibh euismod tincidunt ut laoreet

    De un centro de menores en Rumania a ayudante de cocina en Madrid

    Andrea Mikloshi: “Llegué sin esperanza y ahora me creo capaz de seguir avanzando”

    Redacción

    La primera vez que le preguntaron a Andrea “¿qué te gusta hacer? Ella no sabía qué responder. La primera respuesta que le llegó fue simple: “Quiero cualquier cosa, solo quiero tener un trabajo”, continúa. “Fue una situación muy complicada, no tenía trabajo y no podía pagar mi habitación”.

    Prácticamente estaba empezando mi vida desde cero”, dice la joven de 19 años que creció en un centro juvenil en Rumanía y con tan solo 15 años decidió venir a España, pero los comienzos fueron muy difíciles. Trabajos precarios y salarios muy bajos, sin estudios, sin ningún tipo de apoyo familiar. Hasta que llegó la oportunidad que cambió su vida. “Cuando no tienes trabajo, no quieres comer, no duermes, olvidas lo que te gusta hacer”.

    Mikloshi ha vivido casi toda su infancia y adolescencia en un centro juvenil de un pueblo a media hora de Transilvania, en Rumanía. En esa ciudad donde nació, no conocía nada ni a nadie: “Nunca supe cómo era la vida detrás de los muros del centro juvenil. Solo salíamos un par de veces al año cuando hacíamos caminatas”.

    Los recuerdos de ese lugar, que fue su hogar entre los tres y los 15 años, son amargos. “Lo pasé mal.Hubo muchos conflictos con los demás, pero no tenías más remedio que vivir con el resto”, zanja. “Nadie sale en buenas condiciones… Muchos terminan viviendo en la calle, tomando drogas y robando”, dice en un español lento.

    No quería que le pasara lo mismo a ella que a los otros niños. Así que pensó que la mejor alternativa era irse. Pero necesitaba la autorización de su madre para salir de su centro juvenil: la buscó y le pidió que firmara el documento. Su madre, que vivía en España, aceptó y viajó a Rumania. “No la conocía, esa fue la primera vez que nos vimos”, recuerda.

    Con solo 15 años, Mikloshi dejó lo que hasta entonces había sido su único hogar. Ella y su madre emprendieron un viaje en autobús de dos días a Alcalá de Henares, en Madrid. “No lo vi tan fuerte en ese momento, lo vi como que voy a cambiar mi país”, continúa con una sonrisa. “Pasé por tantas cosas que quería empezar de cero”, dice, sentada en la sede de la Asociación Alucinos en el barrio madrileño de San Fermín.

    Todo el tiempo recibí mucho apoyo, les importaba cómo me sentía

    ANDREA
    UNA VIDA PROPIA

    Llegó a España sin saber el idioma y sin pasaporte. Los dos años que estuvo con su madre, vivió en una casa okupada. “Nos quitaron el agua, la electricidad, y pasamos varios meses sin comer bien”, cuenta. A eso había que sumarle los problemas que tenía con su madre. Así que Mikloshi decidió hacer una vida para sí misma. Tuvo que aceptar trabajos en negro en la industria de la hospitalidad. Su trabajo consistía en lavar platos, cortar patatas o limpiar el restaurante. Trabajó en varios trabajos a la vez y, sin embargo, apenas llegó a fin de mes. “Pagué la mitad del alquiler de mi habitación hasta que alguien me prestó dinero para pagar el resto”. Hasta que recordó la Asociación de Alucinaciones, algunos conocidos suyos le habían hablado de ese lugar. “Cuando Andrea vino aquí, lo primero que hicimos fue encontrarle una habitación”, recuerda el presidente de esta organización, Íñigo Ortiz.

    El cambio fue drástico: “Pasó de estar aquí abajo a estar aquí arriba, de no creer en ella a confiar en ella”, dice Folgueiras, quien ha visto de primera mano el crecimiento de la joven. “Todo el tiempo recibí mucho apoyo, les importaba cómo me sentía”, dice la joven. “Aquellos de nosotros que fuimos al comedor de beneficencia y estábamos en la formación nos sentimos seguros. No teníamos miedo de expresarnos o atrevernos a las cosas”.

    En su nuevo trabajo, aprendió a cocinar comida mexicana y descubrió, dice emocionada, su gusto por el picante. Tres meses después, obtuvo un contrato permanente. “Me sorprendió, en otros trabajos no me valoraban tanto. Pero sabía que me lo merecía porque trabajé duro, me dediqué mucho y me gusta lo que hago”, dice con confianza. Ahora quiere aprender a cocinar alimentos de otros países. “Llegué sin esperanza y ahora creo que soy capaz de seguir adelante”, reflexiona.

    Fuente: elpais.com