Sign Up To The Newsletter

Lorem ipsum dolor sit amet, consectetuer adipiscing elit, sed diam nonummy nibh euismod tincidunt ut laoreet

    Enrique Martínez Lozano: “El sufrimiento mental es opcional, además de inútil y estéril”

    Cuando empezó a conocerse a sí mismo gracias a la psicología transpersonal, se encontró con una parte aterradora de él. Aún así, esa experiencia se convirtió en uno de los mejores momentos de su vida o, como él la define, “uno de los grandes regalos de mi existencia”.

    Sol Rincón Borobia / NoticiasPositivas.press

    Especializado en la terapia transpersonal, aconseja esta rama de la psicología como la mejor manera de responder a una gran pregunta: Quién soy yo. Tal vez no sea fácil, quizás lleve su tiempo, pero asegura que cuando una persona logra el autoconocimiento más profundo se produce en ella una transformación radical que la libera. Cada miércoles a las 19:30 horas ofrece en YouTube una sesión de meditación y, además, acaba de publicar su último libro: Psicología transpersonal para la vida cotidiana (editorial: Desclée De Brouwer).

    Usted es teólogo, psicoterapeuta y sociólogo. ¿Qué le ha aportado cada una de estas disciplinas en su vida?

    Una aproximación a la realidad desde perspectivas diferentes y, al tomar un poco de distancia, en conjunto, descubrir que lo real es un puzle admirable en su complejísima sencillez. He descubierto que la clave para comprender lo real es la paradoja. Dicho brevemente podría expresarse de este modo: la realidad no es lo que parece. Frase, por cierto, que es el título de uno de los libros del físico cuántico Carlo Rovelli. Y no es lo que parece porque, más allá de las formas que percibimos, está la otra cara de lo real, lo que permanece oculto a los sentidos y a la mente. La paradoja —que es una contradicción solo aparente— abre nuestra mirada para ver siempre la doble dimensión —los dos niveles— de lo real.

    Si no es muy indiscreta la pregunta, ¿qué ha descubierto de sí mismo con la práctica de la psicología transpersonal? O, haciendo la gran pregunta: ¿Qué es usted? No pasa nada si no quiere contestar. Al fin y al cabo, es algo muy íntimo.

    Ha sido uno de los grandes regalos de mi existencia y se me hizo patente, si puedo decirlo así, en dos momentos: en el primero comprendí que no soy nada de lo que pueda observar, sino eso que observa; y en el segundo se me regaló una experiencia de comprensión profunda donde se me hizo evidente que, más allá de la forma o persona en que nos estamos experimentando, somos presencia consciente. El gran problema —y la tragedia– de Occidente es que nos hemos confundido con la mente y reducido a ella. En realidad, tenemos mente, pero somos consciencia. En esto se resume todo.

    Hablando de indagar en profundidad sobre quiénes somos, “la cosa más aterradora es aceptarse a sí mismo por completo”, dijo Carl Gustav Jung. ¿Está de acuerdo? 

    En mi propia experiencia hubo también algo aterrador —literalmente quedarse sin tierra bajo los pies— al encontrarme con los aspectos más oscuros de mi sombra. Pero el terror termina en cuanto empieza la comprensión profunda y, con ella, la aceptación de toda nuestra verdad.

    En su canal de Youtube, Meditación y vida cotidiana, dedica la primera parte a la meditación y la segunda a hablar del proceso transpersonal. ¿El número de personas que le siguen ha aumentado debido a esta crisis sanitaria que vivimos? ¿Son personas que luego se ponen en contacto con usted, que le cuentan sus problemas o inquietudes? Me refiero a si sabe en qué está afectando esta crisis a la gente, positiva y negativamente.

    No tengo referencias para comparar, porque empezamos con ello después de iniciada la crisis. De hecho, fue la crisis sanitaria la que nos llevó a buscar esta fórmula. Son muchas las personas que siguen las sesiones y son también muchas las que se ponen en contacto conmigo a través del correo para plantear diversas cuestiones. Sí, soy consciente del modo en que esta crisis afecta a muchas personas. De manera muy sintética, destacaría los dos elementos más repetidos, en los que me parece que se sintetizan muchas vivencias: por un lado, la incertidumbre, con la inseguridad y el miedo que la acompañan; por otro, la búsqueda del modo de vivir esta situación de manera constructiva, en lo que me parece una muestra de la resiliencia propia del ser humano. Desde la certeza de que “podemos salir”, ¿cómo hacerlo? Aquí es donde la psicología transpersonal tiene una propuesta poderosa y eficaz, en la línea de lo que constituye nuestra primera tarea y piedra angular de una vida en plenitud: el autoconocimiento.

    En su último libro, Psicología transpersonal para la vida cotidiana, ofrece claves para que cada persona llegue a poder comprenderse, aceptarse y, de esta forma, liberarse del dolor mental. ¿Podemos dominar nuestra mente para acallarla cuando nos machaca con pensamientos negativos? ¿Cómo se hace eso? 

    Has mencionado tres palabras clave: comprensión, aceptación y liberación del sufrimiento mental. Todo arranca con la comprensión experiencial de lo que somos; sin ella no hay transformación posible porque caeríamos en un voluntarismo seguramente insano. La comprensión lleva de la mano la aceptación; sin aceptación, todo es confusión y sufrimiento, como nos ocurre cuando, en lugar de aceptar, nos resignamos o resistimos. Resignarse es hundirse, resistirse es sufrir. Aceptar es hacer las paces con la realidad. Para ello no hay que dominar la mente, sino simplemente no reducirse a ella, no considerarla como la dueña de casa, sino observarla. Porque la mente es el mejor de los siervos, pero el más tirano de los dueños. Hacerse diestro en observarla en lugar de ser manejados por ella como una marioneta es una de nuestras mayores riquezas.

    El terror termina en cuanto empieza la comprensión profunda y, con ella, la aceptación de nuestra verdad.

    En la psicología transpersonal el testigo es esa parte de nosotros que es capaz de observar a nuestra mente. ¿Qué debe observar y qué debe hacer ese testigo cuando observa trabajar a nuestra mente?

    Volviendo a algo que dije antes, mente es lo que tenemos; el testigo es la consciencia que somos. La mente funcional es una herramienta preciosa a nuestro servicio. El problema es cuando la mente toma el mando —ahí hablamos de la mente pensante—, porque en ese mismo instante empieza el sufrimiento. Pues bien, frente a los altibajos característicos de la mente, el testigo es ecuanimidad: te permite observar los movimientos mentales y emocionales desde un lugar —nuestra verdadera identidad transpersonal— donde estás a salvo. Por decirlo con una imagen: es como si vieras una película de terror, o de tristeza, o de soledad… desde la butaca del espectador. Todo cambia por completo.

    Su libro también tiene una parte práctica para lograr quererse incondicionalmente a uno mismo, saber manejar nuestra mente y disfrutar del silencio como una forma de contactar con nuestra identidad. Pero, eso de quererse incondicionalmente ¿no es algo peligroso? Alguien podría entenderlo mal y pensar que, haga lo que haga, todo está bien.

    El problema no es quererse mucho, sino quererse mal. Porque en este segundo caso ya no hablaríamos de amor, sino de algún tipo de compensación narcisista que nos infantiliza y entontece cada vez más. El amor es lúcido, humilde, acogedor, incondicional y, sobre todo, íntegro. No justifica los propios errores, sino que te acoge con ellos. Y el amor, si es tal, es siempre expansivo –“difusivo”, decían los filósofos medievales—, es decir, implica siempre el amor a los otros y a la naturaleza. Si esto no se da, habría que sospechar que no se trata de amor, sino de un sucedáneo narcisista.

    Portada del último libro de Enrique Martínez Lozano.
    Portada del libro de Enrique Martínez Lozano.

    Permítame que insista en esto de querernos a nosotros mismos porque no sé muy bien cómo se hace. ¿De qué se trata? ¿De permitirnos caprichos? ¿De perdonarnos, sea lo que sea que hayamos hecho, por muy grave que sea? ¿De dejar de trabajar tanto y empezar a hacer cosas que nos gustan de veras?

    El amor es el pegamento que unifica psicológica y afectivamente a la persona. Nace de la comprensión de que somos dignos de ser amados. Y se concreta en la actitud profunda de deseo de bien. Es acogida, es perdón, es paciencia… hacia nosotros mismos y hacia los demás. Y todo ello desde la verdad. Por eso no entra en el juego de la autojustificación ni de la comparación con otros. Se trata de conectar con nuestra capacidad de amar —somos amor, aunque a veces nos resulte difícil experimentarlo, porque ha podido quedar bloqueado por diferentes motivos psicobiográficos— y dejarnos sentir un sentimiento de cercanía y amor humilde e incondicional hacia nosotros mismos. Esto nos transforma.

    ¿Podemos lograr la felicidad plena?

    La felicidad plena no es una meta, no es algo que esté fuera, lejos, o que haya que lograr. Es un estado de ser. Es lo que somos. Lo que ocurre es que podemos vivirnos alejados de lo que somos, alienados de casa. Y, perdidos en nuestro sufrimiento mental y en nuestra ignorancia, la buscamos como si fuera un objeto que resolviera nuestra existencia. No, es lo que somos. Se trata de caer en la cuenta y de reconectarnos con ella. Dicho de otro modo: la felicidad no es cuestión de voluntad, sino de lugar. ¿Dónde o desde dónde me vivo? Pregunta que, a su vez, nos remite a aquella primera cuestión —el autoconocimiento— a la que antes me he referido y en la que han insistido todas las tradiciones sapienciales: ¿Qué soy yo?

    Usted recomienda la meditación, pero ¡mire que es difícil no distraerse con mil pensamientos! ¿Le costó mucho llegar a meditar bien?

    La meditación es sencilla y gozosa, pero nos resulta difícil por los condicionamientos que nos pesan. A mí me costó mucho por dos motivos: el miedo inicial a mi mundo interior y la ansiedad (que se manifiesta como hiperactividad mental). Sin embargo, todo es cuestión de práctica —como en un trabajo de reeducación: perseverancia y constancia—, encontrando tal vez el método que a cada cual más le pueda ayudar. Y algo me parece claro: es una práctica muy agradecida. No sé adónde nos conducirá a cada cual, pero sé que cada paso que demos se notará en nuestra vida cotidiana.

    Si yo le digo: Mire, soy periodista. También soy muy perezosa, poco disciplinada y soy todo lo contrario a rápida en todos los ámbitos de mi vida. Llevo dentro un arrepentimiento y un dolor enormes, no puedo perdonarme ciertas decisiones que tomé hace tiempo, no tuve una infancia feliz, soy muy insegura y poco sociable y sé que casi todo lo que soy es culpa de mis padres, del entorno familiar en el que crecí. En fin, es un ejemplo ficticio de cómo podría sincerarme con usted. ¿Diría que estoy practicando bien la psicología transpersonal o que no es de esto de lo que trata?

    En esa descripción imaginaria creo percibir victimismo. La psicología transpersonal no es un consuelo, ni una justificación, ni una receta rápida para sentirse mejor; es un camino de búsqueda honesta y apasionada de la verdad, de toda la verdad. Eso hace que nos desnude de imágenes anteriores, ideas, creencias, modos de funcionar… y que a partir de ese desnudamiento podamos reconstruirnos con la comprensión de lo que somos y de las herramientas que ofrece, tomadas también de otras corrientes de la psicología —psicoanalítica, conductual, humanista— a las que integra.

    ¿Se imagina tener un paciente como Woody Allen? Es todo un experto en probar el psicoanálisis y supongo que un reto para cualquier psicólogo. Una de sus frases más conocidas es: “¿Sabes cuál es mi filosofía? Que es importante pasarlo bien, pero también hay que sufrir un poco porque, de lo contrario, no captas el sentido de la vida”. Bueno, sufrir forma parte de nuestra vida, desde luego, ¿Cómo podemos afrontar ese sufrimiento?

    El humor siempre ayuda. Con todo, más allá de los chistes, yo diría que el dolor es inevitable, pero que el sufrimiento es opcional, además de inútil y estéril. El dolor forma parte de nuestra existencia, ocupa un lugar e incluso tiene una función. Pero el sufrimiento es creado por la mente: por las lecturas o películas que nuestra mente crea, generalmente porque se está peleando con la realidad. Siempre que hay sufrimiento mental es porque estamos sosteniendo una creencia errónea. Modifica la creencia y el sufrimiento se diluirá. Seguirá habiendo dolor —físico o emocional—, pero no sufrimiento mental. El objetivo de la psicología transpersonal es eliminar de raíz este sufrimiento inútil, liberarnos de él gracias a la comprensión de lo que somos.

    Desde el punto de vista de la psicología transpersonal, ¿el mundo va a peor o mejor? Porque si vemos lo que está sucediendo a todos los niveles: aumento del racismo, de las posturas extremas, de la homofobia, del populismo político…es difícil ser optimista.

    Los movimientos sociales y políticos son lentos, ambiguos y experimentan avances y retrocesos. Pero todo eso es solo una parte, una dimensión, de lo real, el plano de las formas o, como dirían los filósofos, el “mundo fenoménico”. Hay otro nivel profundo —he dicho antes que todo lo real lleva el sello de la paradoja— que trasciende las formas y las sostiene. Accedemos a este plano cuando acallamos la mente. Y en este plano profundo, todo está bien. ¿Cómo no confiar y vivir con plenitud? La tragedia es vivir en la ignorancia de esa dimensión profunda. Porque, lejos de ella, no puede haber sino confusión y sufrimiento. El camino de liberación, que es camino de plenitud, es el camino del autoconocimiento.

    La felicidad plena no es una meta que haya que lograr. Es un estado de ser. Es lo que somos.

    Me da la impresión de que solo la gente que tiene las necesidades básicas cubiertas (salud, trabajo, comida y un techo bajo el que dormir) puede permitirse el lujo de ponerse a meditar y a buscarse a sí mismo.

    Sin duda, las necesidades básicas reclaman nuestra atención de tal manera que, mientras no están satisfechas, no suelen dejar lugar para otra cosa. Primum vivere, deinde philosophari (lo primero es vivir, luego filosofar), decían los antiguos. Pero hay también personas con problemas básicos y con dificultades para atender sus primeras necesidades que viven profundamente en conexión con ellas mismas. Son sabias. No hay que confundir el dedicar tiempo a expresar o estudiar todo esto, con el hecho de vivir en profundidad. 

    Hábleme de algunos de los resultados más asombrosos que ha visto usted en otras personas cuando han llegado a practicar bien la psicología transpersonal.

    Los percibo cada día, en mí mismo y en tantas otras personas: es la transformación en la forma de verse, comprender, vivir, actuar, relacionarse… Todo parece seguir igual, pero todo se ha modificado radicalmente. Es algo así como dar la vuelta a un calcetín. Casi no sabes cómo ha sido, pero se ha dado. Y eso se plasma en una existencia más serena, más ecuánime, más amorosa y más plena. Todo ha nacido de la comprensión experiencial de lo que somos, el autoconocimiento. Cuando, gracias a ella, se cambia el modo de ver, cambia todo lo demás. La psicología transpersonal, genéricamente, busca —como la filosofía y las ciencias humanas— comprender qué somos y cómo funcionamos; y específicamente favorecer y acompañar el crecimiento, trabajando la curación de aquello que lo dificulta.

    ¿Es usted plenamente feliz?

    Sí, lo soy. Lo cual no quiere decir que lo viva de modo estable. Ser feliz no es un estado de ánimo, sino un estado de ser que nace del autoconocimiento y de la comprensión de lo que somos. Por volver a lo dicho antes: en el plano profundo sé que soy (somos) felicidad, pero en el plano de las formas vivo altibajos. Me pesan aún las inercias mentales e inercias del ego, que me afectan el ánimo y nublan la comprensión. Diría que mis células, y específicamente mis circuitos neuronales, todavía no se han enterado del todo de la comprensión que se me ha regalado, por lo que siguen con algunos de sus patrones antiguos y de sus viejas creencias. En ese proceso de reeducación y aceptación me encuentro. En ocasiones siento aquella inercia a la que me refería, pero puedo resituarme en ese lugar donde todo esté bien, donde todo es plenitud de presencia. 

    El problema no es quererse mucho, sino quererse mal.