Redacción
Meca René fue diagnosticada de espina bífida durante el control rutinario del embarazo de las 20 semanas de gestación. En la 25 fue intervenida dentro del vientre de su madre y hace apenas diez días nació sin mayores complicaciones. “Nuestro caso es uno entre otros muchos, por eso animo a las madres a que vean la luz si la vida los sorprende con esta papeleta. La ciencia avanza y la operación y el resultado es como un milagro. Al principio todo es un mundo, pero el resultado no tiene precio”, relata a este periódico la madre, quien destaca la “humanización” del trato recibido durante la intervención y posterior alumbramiento.
Detrás de la alegría de Elena y Juan, un nuevo hito de un equipo de profesionales del Hospital Virgen del Rocío que suman ya catorce intervenciones intrauterinas para la corrección antes de nacer de la mielomeningocele, la forma más frecuente de espina bífida, y que supone una grave malformación del sistema nervioso central que afecta en países desarrollados aproximadamente a uno de cada 3.500 recién nacidos vivos y que que conlleva graves secuelas de por vida. Esta enfermedad puede acarrear acumulación de líquido en el encéfalo (hidrocefalia) y retraso cognitivo, entre otras secuelas.
Aunque ahora todo es felicidad, el camino hasta llegar no fue fácil. Elena cuenta que, tras el shock del diagnóstico, y las pocas posibilidades que le dieron el hospital de Cádiz en el que le estaban siguiendo el embarazo, se acordó de haber visto en un programa de televisión que esta patología se podía corregir con cirugía intrauterina.
“Nos pusimos a buscar por internet y vimos que el mejor sitio para hacerla era el Hospital Virgen del Rocío y nuestro hospital nos derivó a él. El equipo médico nos llamó. Nos lo explicaron todo muy bien e, incluso, me pusieron en contacto con otras madres que ya se habían sometido a esta intervención. Todo fueron facilidades. Y, partir de ahí, todo fueron buenas noticias. Nos dieron muy buen pronóstico y hoy podemos decir que fue todo un acierto”, destaca la mujer.
La técnica empleada, denominada cirugía fetal abierta, consiste en abrir el útero de la madre, extraer la parte del feto por donde se va a realizar la intervención y, una vez concluida ésta, reintroducirlo en el vientre materno. Guillermo Antiñolo, director de la unidad de genética y reproducción y jefe del servicio de ginecología y obstetricia, destaca que se trata de una cirugía “muy compleja”, pero que ofrece “una perspectiva a los padres en un momento complicado”.
Tras la intervención, Elena quedó hospitalizada, para un mayor control y vigilancia de la gestación, hasta la semana 33 cuando se le practicó una cesárea y Meca Renée nació sana y salva, como estaba previsto. Pesó 1,630 kilos, midió 40 centímetros y está completamente sana. “Nació perfecta, con los pulmones madurados y la movilidad sin problemas”, destaca la mamá.
La intervención, que tiene una duración de entre dos y tres horas, aunque varía en función del defecto, requiere que la madre reciba anestesia general junto con un catéter epidural para seguir controlando el dolor tras la cirugía. Este es un procedimiento anestésico complejo, que necesita controles intraoperatorios adicionales. Asimismo, resulta vital durante la operación fetal mantener el volumen uterino para minimizar el riesgo de desprendimiento de placenta, de contracciones uterinas y la consiguiente expulsión del feto.
Fuente: diariodesevilla