El profesor de la Universidad de La Laguna, Carlos Jiménez, lidera el grupo de investigación Banda Bisagra, en el que se busca dar nueva vida a los desechos que se generan en los municipios
Redacción
Convertir los desperdicios en prendas sostenibles es un paso más en la moda respetuosa con el medio ambiente y, cada vez más diseñadores y firmas se suman al movimiento slow fashion para que vestir no signifique dañar nuestro planeta. Este notable logro eco, que hace gala de una sostenibilidad fashion incuestionable, se debe al empleo de una nueva tecnología denominada NuCycl. Evidentemente, lo novedoso no está en convertir las prendas en desuso en nuevas piezas (el reciclaje en la moda está presente en las pasarelas desde hace tiempo), sino en que sean de alta calidad a pesar de estar elaboradas con algodón procedente de vertederos.
La diseñadora Stella McCartney fue de las primeras en apostar por una moda que proteja el planeta de una de las industrias más nocivas y contaminantes, a pesar de que conjugar la basura con la belleza no sea sencillo. Aunque difícil, en esta dirección rema alguien muy comprometido con el medio ambiente y con el arte desde hace años. Se trata del profesor del Departamento de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna Carlos Jiménez Martínez, capaz de conseguir que arte y desarrollo local sostenible se fusionen sin artificios, aunque él tira del término creatividad. “Ciertamente, lo que hacemos tiene un componente artístico, pero yo prefiero llamarlo creativo. Utilizamos la creatividad al servicio de una prioridad comunicativa que ha de responder a unas necesidades y oportunidades detectadas”.
Esa es una de las misiones del colectivo del que es portavoz, Banda Bisagra, colectivo de facilitación visual y registro gráfico para eventos educativos e I+D+i, que nace en 2016 de la mano del Grupo de Investigación e Innovación en Diseño de la Universidad de La Laguna que él mismo coordina, y que convirtió hace dos años en una unidad de transferencia de conocimiento. Su propósito no es otro que vincular el diseño con el desarrollo comunitario y social, algo que se consigue cambiando el “discurso narrativo”, el grafismo y la estética visual. Dicho de otra forma, se logra revirtiendo los conceptos que están irremediablemente anclados en el imaginario común y colectivo, dándoles un giro que entre por los ojos.
Es entonces cuando los desechos dejan de ser basura para convertirse en recursos, los residuos se transforman en materias primas y lo feo pasa a ser bello. En definitiva, los problemas se convierten en oportunidades. “Este concepto cuesta explicarlo, y que se nos entienda desde fuera aún más, sobre todo al pertenecer al campo de las Bellas Artes. La gente nos asocia enseguida con pinceles en las manos, pintando cuadros y con una boina francesa en la cabeza”, comenta el experto.
Por supuesto que la imagen de Leonardo da Vinci portando una paleta de pintor mientras esboza la eterna sonrisa de la Mona Lisa es arte universal, arte con mayúsculas. Pero dar sentido a través de la imagen y la estética a determinados valores también lo es. “Nos movemos en un ámbito que va desde ser los intérpretes visuales de una cultura en un momento determinado y hacemos tangible un pálpito cultural en un instante concreto. Se trata de traducir lo que es representativo a partir de la visualidad para que su percepción sea significativa”.
También se trata de dar sentido a unos valores. Es en este punto donde se da el “salto mortal” en diseño, donde se produce la transición hacia cuestiones medioambientales y participativas. Algo que se considera una tarea de la tecnociencia ‒la transformación de los productos que se convierten en basura cuando dejan de ser útiles en el mundo en que nos movemos‒ es también asunto de las humanidades. Y aquí el diseño tiene mucho que decir y comunicar, tanto como que existen otros modos de consumir y otras maneras de relacionarse con el entorno.
De la teoría a la práctica
Desde que el reciclaje llegó a nuestras vidas en modo parchís (por colores) nos hemos acostumbrado a depositar los plásticos y envases en el contenedor amarillo, el papel y cartón en el azul, el vidrio en el verde y el resto de desperdicios que generamos en el gris. Y es en este, precisamente, dónde va a parar la materia orgánica porque “con la materia orgánica no sabemos realmente qué hacer”, dice Carlos Jiménez.
“Uno de los retos sería poner un centro de compostaje en la plaza céntrica de una ciudad para que los vecinos lleven allí los residuos generados en sus hogares. De esta forma se crearía empleo porque los operarios podrían recuperar materias primas”, algo que ya están haciendo en el País Vasco, Navarra y Cataluña, donde los contenedores marrones se han convertido en parte importante del paisaje urbano.
Hay que decir que el reciclaje estrenó a finales de 2020 los contenedores marrones en Granadilla de Abona, el primer municipio de Tenerife en introducirlos en sus calles y espacios públicos. Santa Cruz de Tenerife también se ha sumado. La capital de la isla los luce desde comienzos de este año y, de hecho, ha tenido que aumentar las rutas de recogida. Como dato, uno más que significativo: el 98% de los residuos alimentarios recolectados a grandes productores son ‘compostables’.
Pero todo esto hay que contarlo de otra forma. De una manera “muy gráfica y limpia”, dice Jiménez. Con una estética en la que lo artístico y sostenible vayan de la mano, tal y como hace Banda Bisagra, cuyos miembros (docentes, alumnado y egresados) trabajan actualmente en un plan de estas características. “Estamos desarrollando un proyecto de compostaje comunitario en el que la materia orgánica es casi el 50% de los residuos sólidos municipales. De una bolsa de basura municipal, el 47% en Tenerife es materia orgánica: pieles, cáscaras de huevo…, algo que se está tirando al PIRS como residuos”.
La labor de este experto en diseño y creador del proyecto piloto CAMPUSTAJE: Compostaje Comunitario Universitario consiste en ver más allá del aquí y ahora de esos residuos. ¿Entonces, por qué llamarla basura cuando realmente no deja de ser abono? Una pregunta que lanza al aire y resuelve argumentando que con una correcta gestión in situ no solo se genera empleo local, sino que se evitan los consiguientes impactos asociados al transporte, a los camiones que tienen que gastar combustible para depositar esos residuos en su destino: el vertedero.
De los residuos a los recursos
Solo en Tenerife se producen al año 600.000 toneladas de residuos sólidos municipales que se están depositando en los vertederos al tiempo que se importan toneladas de abonos para los suelos agrícolas. Evidentemente, aún nos queda muy lejos ver los vertederos medio vacíos, algo que ya se está consiguiendo en países como Holanda o en San Francisco. La ciudad californiana que Scott McKenzie inmortalizó con su canción en los años 60 se planteó ya hace tres décadas dejar de producir basura. Y no ceja en su empeño por conseguido.
El mensaje ‘Zero waste’ (residuo cero) lanzado a comienzos de la década de los 90 con el que se intenta evitar la proliferación de residuos y la promoción de la reutilización de materiales está dando sus frutos y de cara al 2030 el objetivo de la ciudad norteamericana es la reducción de basuras en un 15% y la de desperdicios enviados a los vertederos en un 50%. No son los objetivos trazados inicialmente pero continúan siendo esperanzadores y están en la misma senda que han comenzado a seguir algunas urbes de Italia, Bélgica y Suecia, donde la población ha aceptado el gran y necesario desafío del reciclaje.
Ese desafío al que también aspira Carlos Martínez tiene que poseer un relato y un discurso diferente, acorde al tipo de público al que se quiere llegar. “Resulta difícil asociar las dos cosas, pero lo visual está en todos lados: desde el logotipo que se crea, el diseño y presentación de la entidad, el tipo de comunicación que se usa…”. Todo, todo cambia para que el reciclaje pase delante de la vista como algo que emerge de forma “orgullosa” en los lugares céntricos y emblemáticos de las ciudades como plazas y avenidas. Por qué no…
“Tenemos que reinventar primero cómo llamamos al reciclaje y compostaje. Hay que huir de los términos asociados al residuo. Si yo, en lugar de decir basurero o contenedor digo fábrica de biotecnología in situ para la circularidad de la materia orgánica estoy cambiando por completo el concepto que tenemos arraigado. Se puede pensar que es un eufemismo pero realmente es tecnología punta de bajo coste. Este diseño de escenario es el que trabajamos desde el ecodiseño”.
Del ecodiseño a la conciencia social
Es esa perspectiva la que impera en el proyecto denominado Grupo Operativo Supra Autonómico «Alimentación Pública Sostenible 4.0» (GOSA), un programa de ecocomedores públicos en el que el grupo de diseño de la Universidad de La Laguna trabaja actualmente, y que busca incentivar el consumo sostenible en 15 colegios públicos de Canarias, Madrid y Valencia.
Para que los niños y niñas, además de sus familias, comprendan la importancia de alimentarse de forma sana y con productos de temporada, ecológicos y de cultivo local, se ha optado por la instalación de compostadores en algunos de los colegios de Canarias. De esta forma se puede asimilar mejor el concepto de agroecología y la continuación del ciclo de vida.
Una segunda acción dentro de este plan, muy importante para tomar conciencia de la importancia de ejercer un consumo responsable, ha sido el diseño de un juego de cartas llamativo y colorido, con ilustraciones que explican las propiedades de los alimentos, como la papaína, una enzima bactericida, o los triptófanos, aminoácidos muy necesarios en el crecimiento de los bebés. “Es un juego con el que los niños no solo juegan en clase, también aprenden e invitan a sus padres y hermanos a que se familiaricen con los productos, porque al ir al supermercado solo se nos cuenta un fotograma de la película”, dice el experto.
Y esa película continúa cuando se cuenta que Canarias posee uno de los índices de obesidad infantil más altos de Europa y se hace hincapié en la importancia de conocer a fondo las propiedades de los alimentos que comen los más pequeños. Aquí es cuando entra por la puerta grande la visibilización y el cambio de discurso, esa doble narrativa tan necesaria que se trabaja desde el ecodiseño, el diseño con conciencia medioambiental que propugna Jiménez.
Por eso, ese juego de cartas no es un simple juego de cartas. Con él puede hablarse de cerrar el círculo. Trabajar la parte de estética visual como análisis del ciclo de vida es lo que se hace en ecodiseño. Es lo que hacen Carlos Jiménez y su equipo. No trabajan mediante el autoencargo, como suele ser frecuente en el mundo del arte, sino para “solventar las necesidades comunicativas” de un cliente, una empresa o una entidad
Una de esas necesidades comunicativas llegó de la mano del equipo de los cuatro arquitectos tinerfeños creadores de Uncertainty, el fabuloso e impactante pabellón español de la Bienal de Arquitectura de Venecia en el que el equipo Banda Bisagra también depositó su talento. Gracias al encargo del comisariado del pabellón a la Universidad de La Laguna, centrado en la conceptualización, el diseño y desarrollo de los gráficos animados de los 28 vídeos que pueden verse en las pantallas que pueblan la apuesta española, el profesor Carlos Jiménez y los egresados del Grado en Diseño Víctor García, María Fernanda Sapino y Javier Coello pisan ahora en suelo veneciano para asistir a la entrega de premios de la Biennale, que se celebrará el próximo lunes 30 de agosto. Eso, sin duda, es hacer historia en diseño.
Fuente: ULL