Investigadores del IAA-CSIC participan en la misión Solar Orbiter y en el Telescopio Solar Europeo, dos de los proyectos más ambiciosos para conocer el campo magnético del astro rey
Redacción
A diario nos llega energía de nuestra estrella que permite, entre otras cosas, que exista vida en la Tierra. Desde la antigüedad, la humanidad se pregunta por la naturaleza del Sol: existen registros del año 1300 a.C. sobre el seguimiento de eclipses solares en Mesopotamia, y ya en el 104 a.C. los astrónomos chinos estimaron que la duración del año debía ser de 365 días con el fin de establecer su calendario lunisolar.
Sin embargo, hasta hace relativamente poco no éramos capaces de entender la complejidad de nuestra estrella, y todavía desconocemos cómo se producen muchos de los fenómenos que tienen lugar en su interior. El Sol es la razón última de nuestra existencia, pero es mucho más que nuestra fuente de energía. Para José Carlos del Toro y Luis Bellot, investigadores del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), el Sol es y ha sido un objeto de fascinación y estudio a partes iguales.
Cada segundo, el núcleo del Sol convierte cuatro millones de toneladas de hidrógeno en energía que inicia un épico y larguísimo viaje hasta su superficie. Tras producirse en el núcleo, los fotones deben atravesar las diferentes capas del Sol, con temperaturas y densidades muy variadas. Solo en traspasar la zona radiativa, que se sitúa justo encima del núcleo, los fotones pueden tardar alrededor de 170.000 años.
Esto se debe a que, en esta capa, el plasma (gas cargado eléctricamente o gas ionizado) se encuentra tan condensado que los fotones -que en condiciones de “vacío” viajarían a la velocidad de la luz- son continuamente absorbidos y remitidos en direcciones aleatorias. De modo que a un fotón le puede tomar mucho tiempo atravesar esta capa.
Y el viaje no acaba ahí: todavía debe recorrer la zona convectiva, la fotosfera, la cromosfera y la corona para finalmente salir disparado y llegar a la Tierra en unos generosos ocho minutos. Así, desde el polvo, estudiamos el fuego y seguimos el baile de su luz.
Lo que nos llega de la luz
Gracias a los fotones que recibimos del Sol conocemos muchas características de nuestra estrella, como su temperatura y su composición química. Pero el Solo produce energía que va mucho más allá de lo que nuestro ojo es capaz de ver. Además de la luz visible, la luz solar está compuesta en un 7% por radiación ultravioleta y en un 46% por radiación infrarroja.
Utilizando diferentes instrumentos diseñados para centrarse en cada rango del espectro electromagnético, los equipos de investigación pueden estudiar la, en ocasiones, frenética actividad del Sol: desde las manchas solares -estructuras que van cambiando con el tiempo hasta desaparecer y que se perciben como parches mucho menos brillantes que la fotosfera- hasta las eyecciones de masa coronal: erupciones de millones de toneladas de plasma que salen disparadas del Sol a cientos o miles de kilómetros por segundo y que pueden ocasionar tormentas geomagnéticas en la Tierra, si están orientadas hacia nuestro planeta.
Las granulaciones, las protuberancias, las fulguraciones… todos estos fenómenos que se producen en la estrella se deben a su campo magnético, de ahí que su estudio haya cobrado gran importancia en los últimos años. No solo para conocer mejor la naturaleza del Sol, también para protegernos y saber cuándo debemos hacerlo.
Vivir en una estrella
Vivir dentro del Sol podría parecer un escenario digno de película de ciencia ficción, pero lo cierto es que nosotros vivimos, en efecto, dentro de nuestra estrella. Tanto la Tierra como todo el Sistema Solar se encuentra inmerso en la heliosfera, una región del espacio que se ve influenciada por el viento solar y su campo magnético.
Luis Bellot, investigador del Departamento de Física Solar del IAA-CSIC, define el viento solar como “un flujo continuo de partículas cargadas, de iones, que salen de la superficie del Sol y se expanden por todo el Sistema Solar”. Existen dos tipos de viento solar: rápido y lento. “No sabemos cómo se produce el viento solar, pero sí que el viento rápido se produce en las zonas donde el campo magnético de la estrella es abierto. Como las líneas del campo magnético están abiertas, las partículas pueden salir y fluir desde la superficie fácilmente a lo largo de estas. Por el contrario, el viento solar lento ocurre en aquellas zonas donde las líneas de campo son cerradas; lo cual dificulta el movimiento de las partículas, haciendo que escapen a una velocidad menor”, concluye Bellot.
El viento solar no constituye de por sí ningún problema para la Tierra, ya que su campo magnético desvía estas partículas hacia los polos del planeta, creando las hermosísimas auroras boreales y australes de regalo. “Sin embargo -comenta José Carlos del Toro, investigador del mismo departamento-, de forma episódica se producen conversiones de energía brutales, que producen por un lado fulguraciones muy notables que pueden llegar a emitir incluso en rayos X y, por otro, energía cinética, de movimiento, que acelera las partículas del viento solar hasta que acaban siendo expelidas a velocidades cercanas a la mitad de la velocidad de la luz”.
Cuando estas partículas cargadas eléctricamente, aceleradas y altamente energéticas alcanzan el escudo geomagnético de la Tierra y son capaces de atravesarlo, impactan en la ionosfera y alteran el estado físico de esta capa, afectando a las telecomunicaciones, a los vuelos en avión o incluso a los habitantes de la Estación Espacial Internacional (ISS), quienes de hecho tienen una suerte de habitación del pánico a su disposición para protegerse de estos eventos radiactivos.
Para poder entender mejor qué mecanismo produce estas brutales conversiones de energía es vital comprender cómo funciona el campo magnético de nuestra estrella. El Sol es una enorme dinamo que cada once años invierte sus polos; esta transición es lo que conocemos como ciclo solar. Dependiendo del momento del ciclo en que se encuentra la estrella su actividad es muy diferente; así, el mínimo solar se caracteriza por una disminución de la actividad, con menor aparición de manchas solares y de fulguraciones… mientras que en el máximo solar se producen numerosas tormentas solares de distinta intensidad. Pese a ello, todavía no sabemos cuándo se van a producir con exactitud estas tormentas.
Uno de los grandes enigmas que tratarán de responder estas dos misiones es por qué la corona solar, tan alejada del núcleo de la estrella, está mucho más caliente que la cromosfera y la fotosfera. En la corona, el plasma se encuentra a más de un millón de grados Celsius, mientras que en la cromosfera la temperatura varía desde los 4.000 hasta los 25.000 ºC. Aunque haya motivos de peso para pensar que el campo magnético está detrás de este fenómeno, quedan todavía incógnitas en torno al Sol. Seguimos buscando respuestas. Siempre buscando, porque eso es lo que hacemos.