La Orquesta Sinamune de Ecuador reúne el talento de jóvenes con diferentes discapacidades y lo transforma en arte para ofrecer al mundo un mensaje de alegría, optimismo y solidaridad
Irma Cervino / NoticiasPositivasPress
Todo empezó como una iniciativa familiar, se convirtió en un proyecto de formación e inclusión y, 29 años después, es ya un referente artístico en todo el mundo. La Orquesta de Músicos Especiales de Ecuador (Sinamune) es la única en su género que ha ofrecido una serenata artística a los papas Juan Pablo II (2004) y Francisco (2015). Sus componentes llevan con orgullo el título de Embajadores de la cultura, la música ecuatoriana y solidaridad.
El maestro Edgar Palacios, que da nombre al proyecto, fue el creador de la orquesta que está integrada por jóvenes con diferentes discapacidades físicas e intelectuales. Entre ellos y ellas hay músicos, cantantes y bailarines. A lo largo de estos, años han realizado cientos de conciertos por todo Ecuador y han participado en numerosas giras internacionales, en países como España, Italia, Cuba, Perú, Colombia y Panamá.
Hablamos con Ada Palacios, gerente de la Fundación e hija del maestro, que nos cuenta cómo la música puede llegar a ser una magnífica oportunidad para la inclusión y para desarrollar, en personas con discapacidades, habilidades que les permitan desempeñarse de una mejor manera y con la mayor autonomía posible.
La Orquesta es producto de una iniciativa familiar ¿Cómo surgió la idea?
Mi prima Verónica tenía una secuela de meningitis que le había dejado una discapacidad intelectual pero mis padres, mis tíos y yo percibíamos que había grandes talentos en ella. Sin embargo, había muy pocos centros de educación especial y los que había se enfocaban mucho más en las dificultades que en las posibilidades que tienen estas personas. Mi padre empezó a darle clases de piano y fue entonces cuando comprobamos que había una respuesta muy interesante y una capacidad inmensa en Verónica. “Si Verónica no tiene esa posibilidad para desarrollar sus capacidades, supongo que otras personas tampoco la tendrán”, nos comentó mi padre un día. Fue así cómo nació la Fundación Edgar Palacios que desde el inicio tuvo un objetivo muy claro: integrar a jóvenes con discapacidades entre sí pero, además, integrarlos en la sociedad con el desarrollo de habilidades en un ambiente académico, terapéutico y ocupacional.
Viendo la relación que tienen con estos jóvenes se podría decir que sigue siendo un proyecto familiar, ¿no?
Efectivamente. Hemos creado una gran familia, a través de un proyecto que busca que la formación les permita desarrollar su creatividad y la expresión de sus emociones. Hay mucho afecto entre nosotros.
¿Cree que buena parte del problema está en la forma en que la sociedad mira a estas personas?
Yo creo que sí. Miramos pero no vemos. Y mi padre miró y vio. Se dio cuenta de que todas las personas tenemos algo que aportar. Poco o mucho pero todas podemos participar en la sociedad de alguna manera. Hay quienes necesitan un mayor apoyo activo y trabajar su estima e independencia. Estos chicos tiene muchas limitaciones pero con trabajo las transforman en habilidades.
Nuestro objetivo es integrar a estos jóvenes entre sí pero además integrarlos en la sociedad
¿La motivación es importante?
Mucho. Desde el principio, nos dimos cuenta de que lo realmente terapéutico, lo que movía mucho a los chicos, era el sentirse involucrados y ser parte de algo que al final es algo grande. Sienten que pueden dar mucho y ser escuchados, apreciados y reconocidos. En casa y fuera de ella. Tenemos muchísimas experiencias de jóvenes que nunca habían viajado ni se habían subido a un avión y que con la Orquesta han estado en España, México, Panamá. Son oportunidades muy lindas para todos ellos. Cada peldaño que han ido subiendo les ha servido para su autoestima y valoración.
¿Conocer mundo es terapéutico?
Viajar abre la mente. La crisis sanitaria que hemos vivido ha sido dura para el proyecto porque hemos tenido que romper esa dinámica pero no hemos perdido el contacto online, hemos seguido conectados y, al mismo tiempo, hemos aprovechado para revisar nuestro trabajo, nuestros conciertos, recordar nuestros viajes y que vuelvan a revivirlo. Ha sido un tiempo para reflexionar.
Edgar Palacios.
¿Su padre, Edgar Palacios, sigue trabajando?
Mi padre estuvo vinculado hasta el 12 de marzo de 2020, que dejamos de trabajar de manera activa (por la crisis sanitaria) y a pesar de que tuvo problemas de salud, es un hombre muy fuerte y se ha recuperado. No ha dejado de estar con nosotros. Lo hemos cuidado muchísimo y sigue dando sus clases de trompeta, haciendo arreglos musicales y trabajando en dejar como legado toda la metodología que ha puesto en marcha en estos años para que podamos compartirla con otras personas que quieran aprovechar nuestros conocimientos y experiencia.
Cada peldaño que suben les sirve para aumentar su autoestima y valoración
¿Conoce proyectos parecidos en otros países?
Hemos conocido iniciativas muy valiosas y lindas. En Perú, México, Colombia y tenemos relación con muchas instituciones que trabajan con la música. Sin embargo, nuestro proyecto en toda su globalidad, no lo hemos visto replicado en ningún otro lugar. Muchas personas están trabajando con colectivos específicos: la orquesta de personas ciegas, la orquesta de chicos con discapacidad intelectual o el baile con chicos con Síndrome de Down. Es decir, muy localizado. Nosotros lo que hicimos desde un principio es reunirlos a todos en un mismo proyecto. Incluso en los últimos diez años hemos involucrado a personas sin discapacidad. Y hemos realizado eventos con músicos y ballet profesionales. Nuestra Orquesta actuó con el Ballet Nacional de Ecuador y fue una experiencia maravillosa en la que pudimos ver comunicación entre profesionales, entre artistas.
¿Cómo se consigue que el público que va ver a la Orquesta vea al artista por encima de la persona con discapacidad?
Es un camino que hay que ir construyendo con la sociedad. Todos estos años ha sido una lucha muy grande para demostrar que estos chicos son artistas, que tienen una discapacidad como pueden tener pelo negro, ojos claro o color café. Lo que vale es el talento para tocar un instrumento o para bailar. Nosotros lo tuvimos claro desde el principio. Pero nos ha costado. Cuando la gente oía hablar de una Orquesta de personas con discapacidad no se imaginaba que fueran capaces de hacer lo que hacen. Fue un largo periplo y debíamos suplicar para que nos escucharan. Cuando logramos que lo hicieran se sorprendieron.
¿Además de ese talento, qué más ve usted en ellos?
Mucha alegría, ganas, esfuerzo, espontaneidad, carisma y una capacidad inmensa para aprender e incluso para proponer. Muchos de los chicos que ahora bailan fueron los que nos dieron la idea de que podían hacerlo. Uno siempre piensa que son descoordinados pero hay algunas coreografías que incluso las han propuesto ellos mismos, de manera improvisada y han tenido éxito y han sido muy aplaudidas. Además, son muy participativos y sociables y les gusta relacionarse con el público. Muchas veces, en la última pieza del concierto, que suele ser el Chullita Quiteño de Ecuador, sacan a la gente a bailar y rompen esa barrera con el público. Es de lo que más emociona a la gente.
Cuándo echa la vista atrás y ve todo lo que este proyecto familiar ha conseguido ¿qué siente?
Mucha emoción. Siento que hemos cumplido nuestra misión que es brindarle a estos chicos una oportunidad para ser felices, una vida como la que tenemos todos. Creo que no solo hemos generado un cambio en ellos sino en las personas que tienen el privilegio de ver y disfrutar de su talento. No solo el público sino ,sobre todo, sus familias.