La arquitectura no solamente se basa en la construcción de edificios y estudio de los distintos espacios, sino que es fundamental que el ser humano se encuentre cómodo en ellos.
Redacción
El interés de los arquitectos en lograr que la experiencia de los usuarios sea placentera y relajada se remonta a siglos atrás. Sin embargo, su constitución como ciencia es más reciente. Así, esta nueva rama de la arquitectura, en la que se trabaja mano a mano con científicos, busca entender cómo el entorno modifica nuestras emociones, pensamientos o conductas.
“A veces el espacio no está pensado para mejorar la vida de las personas (que lo utilizan), sino para atender distintos criterios funcionales de seguridad, de resistencia de materiales, de limpieza, de mantenimiento, etc. Y un caso claro de ello es la arquitectura escolar, en la que no se ha pensado en el desarrollo de los niños”, explica Susana Iñarra, doctora en Arquitectura y profesora en la Universidad Politécnica de Valencia, España.
Todos estos planes y modificaciones que pueden potenciar el comportamiento de una persona, así como calmar su estrés o ansiedad, surgen gracias a una reciente fusión de la neurociencia y la arquitectura. Algo que comúnmente recibe el nombre de: neuroarquitectura. “Está disciplina trata de entender cómo el espacio afecta a nuestro cerebro y en consecuencia, a nuestro estado emocional y comportamiento”, añade Iñarra, miembro del grupo de investigación Neuroarquitectura del Instituto de Investigación e Innovación en Bioingeniería i3B (Valencia).
¿Cómo funciona la neuroaarquitectura?
Hay espacios que nos agobian porque son muy pequeños y pueden generar determinadas tensiones y otros que sabemos que nos relajan. Esa evidencia es clara y a veces bastante obvia. Pero el estudio científico que da respuesta a estas reacciones es en realidad un área muy nueva con varias corrientes que las analizan, aunque todas comenzaron en la segunda mitad del siglo pasado.
Una hermosa vista en la habitación de un hospital puede acelerar de recuperación de un paciente después de una cirugía.
Roger Ulrich
Uno de los primeros en darse cuenta del efecto de la fusión entre la arquitectura y la neurociencia fue el virólogo estadounidense Jonas Salk (1914-1995), quien desarrolló una de las vacunas contra la poliomielitis. A mediados de 1950, el científico estaba encerrado en su laboratorio en un sótano con poca luz de la Universidad de Pittsburgh, Pensilvania, estancado en su trabajo. Decidió tomarse una licencia porque creía que un tiempo fuera de la oficina sería fundamental para pensar. Viajó a Italia, donde se alojó en un monasterio del siglo XIII, construcción que inmediatamente lo impactó y conmovió. “Al estar en un paisaje de gran belleza, rodeado de una arquitectura de cientos de años y la capacidad de estar tanto afuera como adentro (del edificio), le hizo cambiar su espíritu emocional”, describe Marks. “Y me permitió concebir una forma de articular su vacuna de manera diferente a como lo había hecho antes”, añade.
A partir de entonces, los estudios sobre neuroarquitectura se fueron desarrollando en varias partes del planeta y los descubrimientos que acompañaron demostraron avances para el bienestar de los seres humanos. Por ejemplo, el arquitecto sueco Roger Ulrich pudo demostrar en una investigación de ocho años en la década de 1980 que el efecto de una hermosa vista en la habitación de un hospital puede acelerar de recuperación de un paciente después de una cirugía. “Esto fue un ejemplo de lo que se llama diseño basado en evidencias científicas”, describe la profesora Iñarra.
En la actualidad, el equipo de la investigadora realiza este tipo de experimentos de estudio del cerebro y la arquitectura.