Bóvedas barrocas, cocina mediterránea y vegetación reina transforman una parroquia de los templarios en un lugar de moda en Madrid
Redacción
Basta traspasar los umbrales del restaurante Caluana para sentir la escurridiza presencia de la historia adueñándose de la noche. Ante el comensal se abre una preciosa bóveda de cañón decorada con labores de escayola y pan de oro que, en su origen, fue concebida como capilla. Hoy por sus paredes trepan las ramas de los árboles, dotando al conjunto de un aire a palacio abandonado de cuento en el que queremos vivir a diario.
Recorramos la historia de este espacio que ha vivido mil vidas. Nos situamos en el año 1212. Alfonso VIII acaba de salir victorioso de la batalla de las Navas de Tolosa, sellando el futuro de la Reconquista. Para conmemorar esta hazaña, el rey mandó construir una ermita situada fuera de los muros de la villa de Madrid. En concreto, se dirige al arrabal de la Santa Cruz, un terreno en el que había habido cristianos asentados durante la época musulmana.
En estos primeros años ya hay indicios de que la parroquia sirvió como sede de reuniones para los templarios. Dos siglos más tarde, en el XIV, se transforma esta ermita en parroquia para dar servicio a la población que vivía fuera de la ciudad, y se le adjudicó la advocación de la Santa Cruz.

A lo largo de los siguientes años la iglesia fue creciendo en belleza y en importancia. En el siglo XVI se trajo, procedente del Hospital Campo del Rey, una imagen de Nuestra Señora de la Caridad, muy venerada por los madrileños, lo que convirtió a la parroquia en punto de peregrinaje local.
En el siglo XVI, además de sufrir un incendio, la parroquia fue reimaginada. Se encargó a José Jiménez Donoso el diseño de la fachada principal, que incluía dos columnas exentas y un bajorrelieve de Pablo González Velázquez que representa la invención de la Santa Cruz. También de esta época es su torre, una obra de Francisco del Castillo que contaba con 144 pies de altura y era, junto a la de San Salvador, la más alta de Madrid. Debido a su importancia, adquirió el nombre cariñoso de “la Atalaya de la Corte”, y sus paredes representaban un oso, un madroño y un dragón, símbolos de la ciudad.
Un segundo incendio asoló casi toda la iglesia en 1763 y en 1868 se trasladó la parroquia a la calle Atocha, donde hoy se encuentra.
El edificio de la Bolsa
¿De dónde pensabais que venía el nombre de la calle de la Bolsa? Poco después del traslado de la parroquia a la calle Atocha, el esqueleto barroco de la iglesia cambió de función para albergar la primera sede de la Bolsa de Madrid.
En el año 1968, por riesgo de derrumbe, hubo que demoler casi toda la estructura. Lo único que permanece hoy en pie es la Capilla de los Ajusticiados, la bella bóveda de cañón que hoy podemos visitar.

Con semejante entorno, es difícil no asumir que hablamos del restaurante más bonito de Madrid. Hoy la Capilla de los Ajusticiados es El Olivar, un salón ubicado en mitad de la bóveda rodeado completamente de olivos; y la planta superior acoge El Invernadero, un espacio acristalado y repleto de flores.
En la sala, la arquitectura sobrecogedora comparte protagonismo con la carta. El restaurante ha decidido apostar por un menú que combina las recetas auténticas de la cocina castiza con los ricos sabores italianos. Algunos de los platos que mejor simbolizan esta fusión gastronómica son su Crocchetta di Patate, una original y muy cremosa croqueta de tortilla de patata coronada con papada ibérica; su tartar de atún con aguacate a la brasa, su Trufatelle, su magret de pato con crema de frutos rojos; su original torrija con ron Zacapa 23; o, por supuesto, su pasta.
Fuente: Viajar